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Actualizado: 19 de junio de 2025


»Te aseguro que penetré en su alcoba con este propósito tremendo. Ríete ahora. Es muy cómico, es jocoso lo que te voy a decir. Yo no uso armas, no tengo más que una gumía que me trajo de presente un oficial amigo, que fué de los que entraron en Tetuán. Con dicha gumía quería yo matarla. La llevaba yo desnuda en la mano derecha; en la mano izquierda llevaba la palmatoria.

Este hecho, cuidadosamente observado, produjo en el infeliz muchacho indecible melancolía. ¡Haber comprado aquellos ojos con su mano, su honra y su nombre para que se empleasen en mirar a una silla antes que en mirarle a él! Esto era tremendo, pero tremendo, y cierto día agitó su alma un furor insano; mas no quiso manifestarlo, y lo desahogó a solas mordiéndose los puños.

Aquí no se conspira. Y si yo conspirara, lo haría de modo que no vinieran á sorprenderme los lechuguinos de la Milicia Nacional. Clara estaba temblando. La parecía que el militar, ofendido por aquel insulto, iba á desenvainar el tremendo sable que llevaba en la cintura y á descargarlo sobre la cabeza del realista. Pero aquel sonrió desdeñosamente y dijo: Amigo, veo que me juzga usted mal.

Te ofrecerá la libertad, la declaración de tu inocencia, y ainda mais, una gratificación, un socorro. Pobrecita, has sido víctima de un grande y tremendo engaño. Broma más pesada no se ha dado ni se dará. Quién fue el autor de ella, lo sabrás... Pero qué, ¿te has vuelto muda? ¿Eres de piedra? ¿A dónde miras? ¿Estas gozando de alguna visión? ¿Estás en éxtasis?».

La onza semestral del Doctrino perecía en Lorencini ó en la Fontana en dos días de café, chocolate y jerez; pero después Javier escribía un artículo tremendo sobre la soberanía nacional para comprarle unas botas al poeta clásico, y el mismo Doctrino sacaba de un misterioso bolsillo un doblón de á cinco para atender á las necesidades amorosas de Javier, que tenía pendiente cierta cuestión con la hija de un coronel de caballería, hombre atroz y fiero como un cosaco.

Entre tanto, Hans y Cornelio se habían precipitado hacia los otros para obligarles a huir en las chalupas; pero aquellos desgraciados ni atendían a razones ni llegaban a comprender el tremendo peligro en que estaban. Uno solo, menos ebrio que los demás, se apresuró a ganar una de las chalupas; pero los demás siguieron jugando, bebiendo, cantando o durmiendo.

Cuando ella vió que no estaba herido, que no le faltaba ningún brazo, ni media cabeza, ni tenía en el pecho ningún tremendo, sangriento agujero, como ella había soñado con horror, se quedó tranquila y en extremo contenta. ¡Si vieras lo que he hecho esta noche! dijo Lázaro, sentándose fatigado y sin aliento junto al lecho.

Yo no puedo leerlos todos; esto es un compromiso tremendo. Y digo que que los he leído. Sin embargo, no es bastante decir que los he leído: he de añadir lo que pienso de ellos. Yo, en realidad, Pepita, no pienso nada de la mayor parte de los libros que se publican. Pero a un hombre que escribe en los periódicos, ¿le es lícito no pensar nada de una cosa? ¡No, no!

El padre de Lucas, el alcalde o cacique, Antolín Carrejo, va a la capital y trata de probar, y prueba, que Luciano era un tremendo conspirador, algo a modo de un Lucio Sergio Catilina, y que había sido muerto para que la república, la paz y el orden se salvasen.

La abrió, sin temer el diluvio de flechas que le dispararon; alzó a Balarán en sus brazos para que los de su bando le vieran, y en seguida, con titánica fuerza, arrojo por el aire el cuerpo inerte, que dio tremendo golpe en el despejado o en el claro abierto por la gente de guerra al apartarse horrorizada.

Palabra del Dia

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