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Llegan tres mas, y Zamora Con la presteza del rayo, Dando riendas al caballo Las manijas les quitó: Dos de ellos fueron al suelo En pos del tremendo empuje, Y el que queda firme ruje De vergüenza y de furor. Y corriendo Desbandados, Y empapados En sudor, A Zamora Todos siguen, Y persiguen Con furor.

¡Eso es el suicidio! dijo a su amiga con sorda voz. ¿Y la de irse si está decidido a darse la muerte? objetó la de Aymaret. ¿Quién sabe?... Por evitar tan tremendo espectáculo a su hija... Tal vez por evitármelo a misma... Quiere ser generoso y magnánimo hasta el fin...

Eso se quedará para mañana. Ya andan por ahí los Zampatortas con la cabeza inclinada como higo maduro desde que saben va a salir tu <i>Diccionario</i>. Bartolo, ¿escribes hoy algo contra Lardizábal? Lardizábal, individuo de la Regencia que había dejado de funcionar el año anterior, publicó en aquellos días un tremendo folleto contra las Cortes. ¿Yo?

Poderoso gemido exhalaba la llanura al percibir los signos precursores de la tormenta. Dijérase que el mal, evocado por la voz de su adorador, acudía, se manifestaba tremendo, asombrando a la naturaleza toda con sus anchas alas negras, a cuyo batir pudieran achacarse las exhalaciones asfixiantes que encendían la atmósfera.

Era valiente, mucho más valiente que su padre, el cual cuando volvió en de aquel tremendo sincope, y pudo enterarse de la completa extinción de sus esperanzas, cayó en profundísimo abatimiento físico y moral. Lloraba en silencio, y daba unos suspiros que se oían en toda la casa. Transcurrido un buen rato, pidió que le llevaran café con media tostada, porque sentía debilidad horrible.

EL artista, cuando se convierte en cómico de la legua, se transforma en un sér distinto de los demás, y si esto es ó no cierto, apelo á todas las principalías que han caído en el lazo que les tiende un sutil empresario, desarrollando ante sus ojos un tremendo telón, exhibiendo en almazarrón lo que promete dar en carne y hueso.

Se dirigió hacia la lantaca, que tenía cerca, y después de apuntarla hacia las sombras que se movían, la disparó, cubriéndolas de una lluvia de metralla. Al cañonazo siguieron otros siete u ocho disparos de los chinos de guardia. Los gritos, de dolor se trocaron en tremendo vocerío.

No, no, mejor es que salgamos de paseo; el asunto es delicado, y por esos andurriales podremos hablar a nuestras anchas. Como usted quiera. Cogió el párroco su bonete, echose el balandrán sobre la sotana con peligro inminente de asarse vivo, y sacando de un rincón de la sala el tremendo cayado en que solía apoyarse, fue a avisar a la señora Rita de que salía. ¿Adónde? preguntó ésta, malhumorada.

El tremendo conquistador Alfonso de Alburquerque había recorrido victorioso los mares de Oriente desde Aden hasta Borneo; había conquistado y destruido reinos, había hecho tributarias o entrado a saco populosas y ricas ciudades desde Ormuz, emporio de Persia, India y Arabia, hasta Malaca, en el extremo sur de Siam.

El duque leyó aquella carta. En ella, por instigación del padre Aliaga, como dijimos en su lugar, la madre Misericordia desvanecía todas las sospechas del duque acerca del género del conocimiento que podía existir entre su hija y Quevedo. Pero como el duque sabía ya por su misma hija que era amante del tremendo poeta, no pudo menos de fruncir el gesto.