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Actualizado: 23 de julio de 2025
Quiero decir que tengo cincuenta años, que te llevo treinta y dos, y que no estoy loco para aspirar á que me quieran; pero los poetas fingen lo que se les antoja, y el barbilindo de D. Carlos puede haber levantado esa máquina de suposiciones absurdas para escribir su idilio.
»El cuerpo de la aljama aventajará por lo sorprendente de su perspectiva á la famosa mezquita de Amrú y á la santa casa de Jerusalem , porque sus once naves estarán cruzadas en ángulo recto por treinta y tres mas angostas: todas sostenidas en ricas columnas de mármoles variados, que al que las mire le representarán la imágen de una lucida hueste en simétrica formacion y belicosa apostura.
Descontento de mi obscuridad, ávido de nombradía, sólo pensaba en los medios de adquirirla. Y esta idea me hizo insensible a todos los placeres y dulzuras de la existencia. El presente no era nada para mí: sólo existía para el porvenir; y el porvenir ofrecíase a mis ojos bajo el aspecto más sombrío. »Contaba treinta años, próximamente, y todavía no era nada.
Afirmábase que Leticia fomentaba las intenciones del banquero, y que se hallaba dispuesta a barrerle el camino de ellas de cuantos obstáculos estuvieran al alcance de su escoba... Hay que advertir aquí que Leticia, la hermosa, fría e impenetrable Leticia, llevaba ya un año de casada con el general Ponce de Lerma, conde de Peñas Pardas, hombre más que cincuentón, y feo, diputado sempiterno, conspirador incansable de pasillos y antesalas contra todos los ministros de la Guerra, con la santa intención, jamás lograda, de llegar él a serlo una vez siquiera; amigo desleal de todos los Gobiernos; veterano de todas las cuarteladas de treinta años a aquella parte, para ganarse honradamente desde las charreteras de capitán hasta los dos entorchados que tenía; agiotista insaciable; asociado detrás de la cortina, durante la guerra, a otros especuladores que daban tocino podrido a las tropas de África, procurándose así inverosímiles ganancias que fueron ancha y sólida base de su enorme caudal, adquirido después en idénticas y tan honradas especulaciones; y, por último, de valor y capacidad «supuestos», porque jamás tuvo ocasión de acreditarlos en el campo de batalla, ni siquiera en los cuarteles; todo, incluso los ascensos, se lo fueron dando hecho y arregladito los suyos apenas salido él del escondite, en seguida de triunfar la cuartelada.
Pues de ochenta y ocho personas que salieron en todas, ya en persona, ya en estátua, en los cuatro Autos, las cincuenta fueron mujeres y si quitamos las cuatro que salieron por otros crímenes de los ochenta y cuatro que quedan, mujeres fueron las cuarenta y seis y solo treinta y ocho los hombres.
La instruccion en Francia, y en otros paises, ha servido para aumentar la cifra de las estadísticas criminales, por estar mal dirigida: en Suiza sucede lo contrario. En el momento en que escribo estas líneas, recuerdo que hace mas de medio año que estoy en Berna, ciudad de treinta mil habitantes.
Las líneas de ómnibus que recorren Paris en todas direcciones pasan de treinta, todas cuentan un crecido número de carruajes y prestan un gran servicio al público ademas de animar la capital con su movimiento y su vida.
Y la perspectiva de lograr su propósito contribuía más que nada á ponerles alegres. Al cabo llegaron á la Braña. Sólo se componía de tres casas asentadas sobre una pequeña meseta al pie mismo de la Peña-Mea. Cuando el tío Pacho, padre de Nolo, se había ido á vivir allí con su mujer, hacía treinta años, no había más que una mísera cabaña de madera.
Los rostros tenían una expresión feroz, con regueros de polvo y sudor en todas sus grietas y oquedades, con barbas recién crecidas, agudas como púas, con un gesto de cansancio que revelaba el deseo de hacer alto, de quedarse allí mismo para siempre, matando ó muriendo, pero sin dar un paso más. Caminaban... caminaban... caminaban. Algunas marchas habían durado treinta horas.
Era hombre afectuoso, trabajador y exacto en el cumplimiento de sus deberes. Por esto y por la buena amistad que con él mantenía solía encargarle de sus pequeños negocios, cobro de intereses, permutas de efectos, etc., con preferencia a otros demás posición y categoría. El asunto de que ahora se trataba era de alguna entidad, ventilándose una cantidad de treinta mil pesetas aproximadamente.
Palabra del Dia
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