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Actualizado: 23 de julio de 2025


Vuestras Altezas piensan venderlo segunda vez por treinta mil. Ea, señores, aquí le teneis, venderlo.

Sólo sabía, por su mal, que había sido un escándalo que apenas se pudo sofocar antes que fuera tarde. A De Pas le repugnaban tales recuerdos. Eran cosas de la juventud. ¡Qué necedad temer que él volviese a descuidarse ahora, a los treinta y cinco años! Entonces, en la época de la Brigadiera no tenía él experiencia, le halagaba la vanagloria, le seducía y mareaba el incienso de la adulación.

40 El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto, fue cuatrocientos treinta años. 41 Y pasados cuatrocientos treinta años, en el mismo día salieron todos los ejércitos del SE

Esta buena expresion de Welington hubo de inspirar á uno de nuestros compañeros de expedicion, el cual dijo: esa columna es un digno pedestal de aquella estátua. Realmente, Napoleon no necesitaba menor cimiento. Subimos á nuestro carruaje, y á los veinticinco ó treinta minutos estábamos en el bosque de Bolonia.

Murieron con Garay justo cuarenta De la gente escogida paragueña; Los indios eran solos ciento y treinta: Iba con el Garay gente estremeña, Y entre ella algunos iban de gran cuenta. Aquì muriò Valverde, bella dueña, Que en quitarla la muerte, al mundo quita Tesoro, y el contento á Piedra Hita.

Ahora bien, señoras mías; ya tienen Vds. lo que les prometí; ya todas se han remozado. Vd. tenía ayer noventa años, ahora tiene cincuenta; Vd. ayer cincuenta, hoy treinta y cinco. Hablando así las despachó a todas tan corridas como puede 30 suponerse.

Relimpio no se había fijado en los tres señores que delante iban a distancia como de unos treinta pasos. Al llegar al extremo de la calle, D. José, que gozaba mucho por los recuerdos históricos, se paró y dijo con voz lúgubre: «Aquí mataron a D. Juan Prim. Todavía están en la pared las señales de las balas». Isidora no miró las señales de los proyectiles.

Los tresillistas, por alejarse todo lo posible del ruido que de ordinario se hacía en la mesa y alrededor de ella, entre jugadores, choque de bolas, cántico del pinche, matraqueo del bombo, que era de hojalata, y comentarios y disputas de mirones y tertulianos, ocupaban la cabecera opuesta, a más de treinta pasos de distancia, porque el salón era enorme.

La mujer contó los cuartos sobre la mantilla, redújolos á montones de á treinta y cuatro cada uno, y levantándose en seguida, dijo en alta voz, con cierto retintín: Aquí no hay más que veintiocho riales. Yo he echao.... Y yo.... Y yo.... Y yo ... fueron diciendo todas las personas de los dos corrillos.

Al través de su piel blanca como la leche, se distingue el azul de las venas y el rojo de la sangre cuando el rubor o la expresión la enciende. Sus finos cabellos, negros como el azabache, caen sobre los hombros, de suerte que le dan todo el aspecto de una jovencíta. Nadie diría que tiene más de treinta años.

Palabra del Dia

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