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Actualizado: 7 de mayo de 2025


¡Qué fundamento de niña! ¿No conoces que si a ti te cuadran estos trapos y adornos, a ellas ni aun debe permitírseles el mirarlos? Tu conducta no puede ser más contraria al decoro. Señora doña María dijo D. Paco permítame usía que la diga que la señora doña Inesita en lo íntimo de su corazón deplora el disgusto que la ha dado. ¿No es verdad, señora doña Inesita?

«En resumidas cuentas le decía él , eres una inocentona. Pero, di, ¿no te gusta el lujo?». Cuando no estoy contigo, me gusta algo, no mucho. Nunca me he chiflado por los trapos. Pero cuando te tengo, lo mismo me da oro que cobre; seda y percal todo es lo mismo. Háblame con franqueza. ¿No necesitas nada?

Al llegar al patio de la casa, los portadores, seguidos de toda la gente de la aldea, subieron las cinco gradas de piedra, colocando a la entrada el ataúd; allí mismo, donde ella tenía costumbre de recibir todas las mañanas a los pobres y a los enfermos, distribuyendo alimentos, caldo, medicinas, ungüentos, trapos y vestidos, curando de rodillas las llagas de los heridos.

A las once de la mañana, precisamente en el instante en que esa hora sonaba en la torre de la Colegiata, se sentaban en el estrado de Peleches Rufita González y su madre, las «parientas» de la casa, con todos los útiles de visitar encima: guantes, abanico, sombrilla y tarjetero, y los trapos mejores del baúl.

Un hombre iba delante de él, andrajoso, con un saco a la espalda, recogiendo los residuos de toda especie que encontraba: huesos, ramas, papeles, trapos, canturriando para amenizar su faena; llegó así a un sitio, cerca del terraplén del ferrocarril, en que había dos enormes caños de estos que debieran servir, y no sirven, para las obras de salubridad, abandonados, y se sentó sobre una piedra, dejó el saco repleto en el suelo, sacó la colilla de tras de la oreja y la encendió... A la luz del fósforo, Quilito reconoció al gran Menipo, o sea Agapo, en prosa llana.

Yo tengo buena ropa y podía ir todos los días lo mismo que hoy, pero no me da la gana; en cambio, no hay en la busca una hembra que, al agarrar entre los trapos una buena falda, no se la ponga para dar envidia a las compañeras. La mujer que anda mal vestida, así sea vieja y fea, es porque no puede ir mejor, pues ganas no le faltan.

Amalia la recibió cordialmente, pero mostrando cierta sorpresa e inquietud que Micaela no observó. Entraron en materia enseguida. La cuestión de trapos embargó por completo sus espíritus. Amalia llevó a su amiguita hacia el balcón. Pero no habían hablado muchas palabras, cuando ésta creyó percibir un débil gemido en la misma estancia.

A su despecho se sentían poseídos de admiración. ¡Tenía agallas el viejo! dijo uno, limpiándose unas gotas de sangre que le habían saltado a la cara. ¡Bien reñido estaba con la vida! manifestó otro. La verdad es, muchachos, que uno por uno este viejo se hubiera tragado a la media compañía con trapos y todo concluyó por apuntar un tercero, sin que nadie protestase.

Descorazonado e impaciente, consideraba que sus economías valían bien un rayo de luz, y sólo dijo: «Hágase lo que ustedes quieran». Por la noche, Milagros fue a acompañar a su correligionaria en trapos. Esta, como no se habían visto desde la semana anterior, creía resuelto ya el problema financiero que puso a la marquesa tan angustiada en los últimos días de Junio. Francamente, yo también lo creí.

A los pocos días, una tarde que Masicas había estado muy melosa, le contó a Loppi muchos cuentos y le acabó así el discurso: Pero, Loppi mío, ya no piensas en tu mujercita: comer, es verdad, come mejor que la reina; pero tu mujercita anda en trapos, Loppi, como la mujer de un pordiosero. Anda, Loppi, anda, que la maga no te tendrá a mal que quieras vestir bien a tu mujercita.

Palabra del Dia

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