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Actualizado: 25 de junio de 2025


Transcurrieron varios meses. Rosalindo trabajaba todos los días como un obrero de buenas costumbres. A pesar de que había sido hombre de pelea, evitaba las cuestiones en este mundo compuesto de gentes bravas y de todas procedencias, que para ir á ganarse el jornal llevaban siempre el cuchillo y el revólver.

A todo esto, yo no sabía cómo se llamaba, y a fin de averiguarlo escribí la pregunta en otra hoja de la cartera: ¿Cómo se llama V.? La chica contestó en la misma letra inglesa y crecida, con el papel rayado: Me llamo Teresa no crea ustez por Dios que juego con muñecas. Diez o doce días se transcurrieron de esta suerte.

Transcurrieron los días, y el capitán olvidó definitivamente este encuentro. Otros asuntos más reales é inmediatos le preocupaban. Su buque estaba listo; iban á enviarle á Inglaterra para cargar municiones destinadas al ejército de Oriente. La mañana de su partida bajó á tierra sin deseos de llegar al centro de la ciudad.

Habían transcurrido diez minutos lo menos desde que la criada me había dejado en la sala, y D. Oscar no parecía. Aún transcurrieron otros cuantos. Al fin la puerta, que estaba entornada, se abrió y dejó paso a un hombre de figura por cierto originalísima.

La muchedumbre rugía de entusiasmo; los aplausos sonaban como una granizada interminable. «La loca de la casa» había resucitado, haciendo otra vez de las suyas. Y el comandante, librándose del abrazo, acabó por inclinar su cabeza, rojo de vergüenza al pensar que aceptaba una mentira, pero agradeciendo al público aquella ovación, la primera de toda su existencia. Transcurrieron dos años.

Pero transcurrieron muchas horas de la mañana sin que llegase el almuerzo ni el amable capitán. Pasado mediodía, cuando el coloso, mal acostumbrado por las abundancias de la noche anterior, empezaba á sentir el tormento del hambre, vió avanzar á través de la playa solitaria á un pigmeo que, sin duda, venía en su busca. No llevaba uniforme militar ni le seguía vehículo alguno.

Después que él partió estuvo algunos días enferma y aunque mucho trabajó sobre misma para vencer la tristeza, no pudo conseguir que dejase de ser observada y comentada. Pero transcurrieron los meses y se fue olvidando su abortada aventura. Ella misma vivía ya tranquila sin pensar más en el indiano cuando una tarde le entregó el cartero una carta de Guatemala.

Transcurrieron algunos días. El enojo de D. Jaime por el desaire recibido fue creciendo. En su interior no daba toda la culpa a Rosa; hacia partícipe a su hermano por haber tolerado el galanteo de Andrés una porción de meses con señales de no disgustarle. Después, pensaba que Tomás no había hecho lo bastante por complacerle, no había obrado con suficiente energía para rendir a Rosa a recibirle por esposo. Porque si bien era verdad que la castigaba, y a veces cruelmente, estos castigos quedaban desvirtuados por el efecto de consentirla pasar tardes enteras con su amante en el molino; y aunque últimamente habían cesado estas visitas, todavía no usaba con ella de la debida vigilancia, porque en todas partes y a todas horas se veían y se hablaban, de lo cual era testigo el pueblo.

Los dos años siguientes transcurrieron para Lubimoff como en una pesadilla. ¿Qué mundo era éste?... Sus antiguas amistades desaparecían. Algunas de las mujeres frívolas que habían amenizado su existencia contemplaban los acontecimientos con una tranquilidad inconsciente; pero otras se mostraban abnegadas y heroicas, olvidando sus actos anteriores, sintiendo formarse dentro de ellas un alma nueva.

¡Está muerto! tal fue el grito que exhaló unánime el brillante grupo que rodeaba al desventurado joven, y que de boca en boca subió hasta las últimas gradas, cerniéndose sobre la plaza a manera de fúnebre bandera. Transcurrieron quince días después de aquella funesta corrida.

Palabra del Dia

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