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Actualizado: 24 de junio de 2025


Desesperábase cuando el mal tiempo impedía la fiesta y el ganado quedaba en la plaza, no pudiendo volver él inmediatamente a las tranquilas soledades donde pastaban los otros toros. Lento de palabra, torpe de pensamiento, este centauro que olía a cuero y a pasto seco expresábase con calor al hablar de su vida pastoril apacentando fieras. Parecíale estrecho el cielo de Madrid y con menos astros.

El libro del señor conde de las Navas es muy sugestivo. ¿Quién, al leerle o después de haberle leído, no siente invencible deseo de hacer examen de conciencia sobre el punto capital que el libro trata, de declarar con franqueza si condena o aplaude las corridas de toros y de exponer los argumentos en que se apoya su reprobación o su aplauso?

Cuando el muchacho le encontraba en el claustro, pegábase a él buscando conversación, para justificar con estas pláticas su presencia en las Claverías. Luna se asombró al verle allí en tarde de fiestas. Pero ¿no va usted a los toros? le preguntó . Todos los de la Academia deben estar en la plaza.

En Venezuela es proverbial la seguridad de las campiñas, por las que transitan frecuentemente arrias conductoras de fuertes sumas de dinero, sin que haya noticia de haber sido jamás asaltadas. La diversión característica del pueblo de Caracas es la plaza de toros, que funciona todos los domingos.

Resuelto el problema de los minutos, me encontré en una feliz disposición de ánimo y almorcé con apetito. Por la tarde fui al palacio de Padul, según había prometido a Gloria. Isabel estaba en casa de las de Enríquez. El conde se disponía a salir en coche, a ver los toros que debían lidiarse al día siguiente.

La llamaban Rafaela, y por sus altas prendas y rarísimas cualidades la apellidaban la Generosa. Rafaela apenas tenía entonces veinte abriles. Era gaditana, y hubiera podido decirse que se había traído a Lisboa todo el salero, la gracia y el garabato de Andalucía. Yo la vi por vez primera, decía el Vizconde, en aquella plaza de toros.

Que vinieran allí todas las naciones del mundo a admirar a toreros como aquél y a morirse de envidia. Tendrán barcos... tendrán dinero... pero ¡todo mentira! Ni tienen toros ni mozos como éste, que le arrastran de valiente que es... ¡Olé mi niño! ¡Viva mi tierra!

Estaban, como siempre a tal hora, en la sala contigua al gabinete rojo, el del tresillo. Ciertos son los toros. Cuando el río suena.... Pero ¿qué suena? preguntó Orgaz padre, que algo sabía. Joaquinito, que se daba aires de saber muchas cosas, dijo: Nada, señores, yo digo a ustedes que no hay nada.... Pues con permiso de usted yo que hay grandes novedades.

La bronca en mi obsequio amenazaba ser mayúscula. Con todo, detrás de , los criados no cesaban de reír. El conde había vuelto la cabeza, dirigiéndoles una mirada severa; pero sus carcajadas reprimidas me humillaban más que las francas. ¿Qué tal los toros? les preguntó un cochero al cruzar a nuestro lado. ¡Finos, finos! Hay uno negro, zaino, de mucho cuidado.

Bajar a Sevilla, meterse en la plaza, lejos de los montes y los desiertos, donde le era fácil la defensa, sin el auxilio de sus dos compañeras, la jaca y la carabina, ¡y todo por verle matar toros!... De los dos, aquel hombre era el valiente.

Palabra del Dia

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