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Actualizado: 24 de junio de 2025


Prescindamos, no obstante, de comparaciones. No digamos, como D. Hermógenes, que todo es relativo. Y sin exageración veamos lo que se debe sentir, pensar y afirmar de las corridas de toros, no en otro siglo, sino en el nuestro, y no en remotos países, sino en la culta y cristiana Europa, de que forma parte nuestra España.

Los toros pacían por allí de una manera perfectamente bucólica, dejándose acariciar de los vaqueros y de los visitantes. ¿Y éstas son las fieras? dije yo. ¡Hombre! me contestaron . ¿Qué quiere usted que hagan aquí? Ya las verá usted en la plaza...

Ya era este un polluelo con ínfulas de hombre cuando Estupiñá le llevaba a los Toros, iniciándole en los misterios del arte, que se preciaba de entender como buen madrileño. Fuera del platicar, Estupiñá no tenía ningún vicio, ni se juntó jamás con personas ordinarias y de baja estofa.

El aspecto de las gentes es siempre sombrio, á causa de sus vestidos, de una tinta pardo-amarillenta en lo general. Las construcciones carecen de gracia, sin la elegancia de lo sencillo ni la seduccion de lo pintoresco. El pueblo divide solo su atencion, en materia de espectáculos, entre la iglesia y la plaza de toros; es decir, dos misticismos, el de la fe tradicional y el del peligro.

Por último, y para tener siquiera alguna, se decidió a entrar en la Academia de Infantería: a la hora presente era alférez de este cuerpo, de reemplazo, sin vestir jamás el uniforme, que le parecía ridículo, viviendo en la corte como un señorito rico, gozando de todos los placeres y singularmente de los toros, que era su afición predilecta, casi una manía.

Y corrió a abrir la escalera de Tenorio, que ponía en comunicación las Claverías con el claustro bajo. El cadete se alarmó ante la inesperada proximidad de su tío. No quería que le encontrase allí: temía el carácter del cardenal; y huyó hacia la escalera de la torre. Se marchaba a los toros; sacrificaba a la novia antes que encontrarse con don Sebastián.

Juanito, sin dejar de andar, despertó del extraño sonambulismo que le hacía correr en torno de la ciudad, agitado a cada instante por los más diversos pensamientos. Frente a él perfilábase sobre el cielo de pálido azul la plaza de Toros, con su contorno de circo romano.

Algo habría también de su alma en las espigas del trigo, en las amapolas que goteaban de rojo los flancos de oro de la mies, en los pájaros que cantaban al amanecer cuando el rebaño humano iba hacia el tajo, en los matorrales del monte, sobre los cuales revoloteaban los insectos asustados por las carreras de las yeguas y los bufidos de los toros.

Gruñían las trompas de los automóviles; gritaban los cocheros; pregonaban los vendedores de papeles la hoja con la estampa e historia de los toros que iban a lidiarse, o los retratos y biografías de los toreros famosos, y de vez en cuando una explosión de curiosidad hinchaba el sordo zumbido de la muchedumbre.

Al fin la vio, pero sin mantilla blanca, sin nada que recordase a aquella señora de Sevilla semejante a una maja de Goya. Parecía, con su cabellera rubia y su sombrero original y elegante, una extranjera de las que contemplan por primera vez una corrida de toros.

Palabra del Dia

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