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Actualizado: 24 de junio de 2025
Y hacían memoria de los numerosos combates entre toros y temibles felinos, seguidos siempre del triunfo ruidoso de la fiera nacional. El marqués reía al acordarse de otra de sus bestias.
Al volver a su casa para descansar durante el resto del año, sentía Gallardo la satisfacción del poderoso que, olvidando honores, se entrega a la vida ordinaria. Dormía hasta muy tarde, libre de horarios de trenes, sin emoción alguna al pensar en los toros. ¡Nada que hacer aquel día, ni al otro, ni al otro! Todos sus viajes llegarían hasta la calle de las Sierpes o la plaza de San Fernando.
Su suerte estaba echada. Matar toros o morir. Ser rico, y que los periódicos hablasen de él y le saludase la gente, aunque fuera a costa de la vida. Despreciaba los grados inferiores del toreo.
Y el doctor clamaba contra las inútiles carreras de caballos, en las cuales mueren muchos más hombres que en las corridas de toros; contra las cacerías de ratas por perros amaestrados, presenciadas por públicos cultos; contra los juegos del sport moderno, de los que salen los campeones con las piernas rotas, el cráneo fracturado o las narices aplastadas; contra el duelo, las más de las veces sin otra causa que un deseo malsano de publicidad.
Este gran basurero continuaba embalsamando el aire y recreando la vista hasta el día en que habían de celebrarse fiestas de toros ó cañas ó con motivo del paso de alguna procesión, por manera que meses enteros gozaban los vecinos del lugar ó los transeuntes, de tan recreativo y limpio espectáculo .
Al mediodía juntan las mesas en la plaza para la bendición en la forma dicha; regularmente pasan este día de veinte mesas las que se disponen, y en algunos pueblos ricos aun llegan a ciento, y todas muy abundantes de carne, pues el pueblo más económico es preciso gaste este día cuando menos 50 toros, porque de los pueblos inmediatos concurre mucha gente, y a todos dan de comer con abundancia.
El conde echó pie a tierra y me invitó a hacer lo mismo. ¿Son todos toros? pregunté, afectando serenidad, al único criado que se había quedado conmigo. ¡Zeñorito! exclamó en el colmo de la sorpresa . ¿No ve su mersé los cabestros? ¡Ah, sí! La verdad es que no distinguía unos de otros.
Un mozo de la Plaza de Toros, que era de Sevilla, se apiadó de ellos y les dejó dormir en las cuadras, proporcionándoles además el deleite de presenciar una corrida de novillos en el famoso circo, que les pareció menos importante que el de su tierra.
Taylor declara en cambio que nosotros sólo porque toleramos las corridas de toros, somos incapaces de civilización en su más alto sentido. Diré, por último, que el Sr.
¿No lo dije yo? -dijo oyendo esto Sancho-. Sí que no estaba yo borracho: ¡mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante! ¡Ciertos son los toros: mi condado está de molde! ¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se daba a Satanás.
Palabra del Dia
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