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Actualizado: 28 de mayo de 2025
La buena señora perdía su habitual timidez al recordar a esta abuela, más célebre aún y digna de memoria que el ilustre alférez amigo de los reyes.
La señora Aubry se prestó maternalmente a desempeñar esta tarea; además de ser muy cariñosa con el joven, le dio consejos, lo obligó a vencer su timidez, y lo animó a hablarla como si fuera su hijo y a abrirle su corazón.
Cuando veas á mis padres... cuando veas á mis padres díles que el día menos pensado me planto en Canzana, que un día ú otro me escaparé porque no puedo sufrir más... ¿Es de veras eso? exclamó Nolo en el colmo de la sorpresa. ¡Y tan de veras!... No lo he hecho ya porque no he tenido ocasión para ello. El mozo permaneció silencioso. Al cabo preguntó con timidez: ¿Te atreves á venirte conmigo?
Su furia era espresamente dedicada para su adversaria, para aquella indigna mujer que le habia arrebatado lo que mas adoraba en la tierra. Y gracias que la timidez de abandonar del todo el amor de su marido, la reprimia en parte.
Cuando llegaba la hora de entrar en el tocador se la entregaba de nuevo a su hermana. Del mismo modo, aunque con cierta timidez, nacida del deseo de no ofender a su hermana y formar contraste con ella, Cecilia intervino en el cuidado de la ropa de Gonzalo, y en el arreglo de su despacho.
La timidez o falsa humildad endurecía esta, y como la energía interior no encontraba un auxilio en la palabra, porque la sumisión consuetudinaria y la cortedad no le habían permitido educarla para discutir, pasaba tiempo sin que la costra se rompiera. Por fin, lo que no pudieron hacer las palabras, lo hizo un acto.
¿Que estás indispuesta, tú, con tal brillo en esos ojos y tal animación en esa tez? ¿Pues cómo estaré yo entonces, con esta palidez en el rostro y este cansancio en los ojos? Señorita dijo entonces la modista, ya está arreglado el vestido. ¿No querías que te ayudase? preguntó Antonia con timidez. ¿Qué hacemos? Dime.
La única nota tierna de aquella ceremonia fría y rutinaria fue el llanto de dos mujeres enlutadas que entraron con timidez, apoyadas la una en la otra. Nadie las conocía, pero iban acompañadas por don Juan. ¡No le veo... no le veo...! gimoteaba tristemente la más vieja, moviendo sus grandes ojos mates y sin luz.
¡Ah, sí!... Ni me había fijado siquiera... Creo que me preguntaba por mi sobrinito. Está bien; pero otra vez, cuando te pregunte por tu sobrinito, procura que yo no esté delante manifestó el guapo con calma amenazadora. María quedó turbada y balbució con timidez: ¿Por qué?... No entiendo... Hijo, tú por cualquier cosilla te remontas... No hablemos más. Ya te he dicho lo que hace al caso.
Vieron unos ojos cuyas pupilas de color de ceniza estaban dilatadas por la sorpresa; un rostro de palidez verdosa, algo descarnado, que se coloreó instantáneamente con un acceso de rubor. Parecía asustada de que alguien pudiese oírla. Con un gesto de timidez y contrariedad cerró el instrumento, púsose de pie y marchó hacia la puerta del salón para huir de los dos importunos.
Palabra del Dia
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