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Cuando volvió al hotel de M. L'Ambert, estaba preocupado y daba muestras de una timidez excesiva, y tuvo que realizar sobre mismo un gran esfuerzo para decidirse a hablar. La medicina dijo al fin, no explica satisfactoriamente todos los fenómenos naturales, y vengo a someteros una teoría que carece de todo fundamento científico.

Al protestar, Julián se había incorporado, encendido de indignación, echando a un lado su mansedumbre y timidez congénita. Primitivo, de pie también, mas sin soltar a Perucho, miró al capellán fría y socarronamente, con el desdén de los tenaces por los que se exaltan un momento.

No le culpes. Don Jaime no peca ciertamente por timidez.

Usted sabe muy bien que no soy rico añadió Pedro con cierta timidez. Para ella lo es usted... ¡pobre Beatriz!... y además... Aquí interrumpióse de súbito y preguntó a Pierrepont: ¿Qué dice de esto su tía de usted? No dice nada, porque nada sabe. La señora de Aymaret se incorporó bruscamente en su silla.

No lo niego. Ambos rieron con alegría, embromándose cariñosamente, mecidos en dulce fraternidad que los hacía felices. Cecilia se retiró al fin. Antes de llegar a la puerta se volvió, preguntando con timidez, donde apuntaba un vivo y mal disimulado deseo: ¿Quieres que te haga yo la cura?... Debes estar molesto... El joven vaciló un instante. Temía ofender el pudor de su hermana política.

Tan contrario era esto al natural plácido de Frasquito, y a su timidez y buena educación, que seguramente había perturbación cerebral grave, por causa del batacazo. No se sabe dónde pasó el resto de la noche: se cree que estuvo alborotando en las calles de Mediodía Grande y Chica.

Mi humildad me inducía a creerme un salvaje entre civilizados. Mi timidez me hacía pasar unos momentos horribles; una palabra, un gesto, cualquier cosa bastaba para que la sangre me subiese a la cara. Dolorcitas sonreía al verme turbado. Veía que sufría y se alegraba. Era la crueldad natural de la mujer.

El Comendador, que al fin no era una criatura inexperta, conoció pronto que amaba á Lucía y que de ella era amado; pero, pensando en su edad y en el idilio de D. Carlos, no se atrevía á declarar su amor, si bien le manifestaba con su constante solicitud en servir á Lucía. Ella no atinaba, entre tanto, á comprender la timidez del Comendador, á quien juzgaba enamorado.

Pero nada... Aquel zagalote guapo y desabrido no sabía salir en su conversación de las rutinas más triviales. Su timidez era tan ceremoniosa como su levita de paño negro, de lo mejor de Sedán, y que parecía, usada por él, como un reclamo del buen género de la casa.

El padre Ambrosio me vio, se levantó, dejó sobre una pequeña mesa el plato donde tenía las patatas mondadas, y me salió alegremente al encuentro; con timidez ; pero no con una timidez de vergüenza, sino con su timidez característica. ¡Ah! exclamó usted por aquí, cuanto me alegro. Yo debiera haber ido a verle a usted. ¡Oh! de ningún modo. , , pero no me he atrevido.