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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Pasad, pasad, don Francisco dijo el bufón. Quevedo entró á tientas en un espacio densamente obscuro. El bufón cerró. Poco después se oyó el chocar de un eslabón sobre un pedernal, saltaron algunas chispas, y brilló la luz azul de una pajuela de azufre, que el bufón aplicó al pábilo de una vela de sebo. Quevedo miró en torno suyo.
Y recordando que aquella señal era la convenida entre él y Piorette para anunciar un ataque, comenzó a temblar de pies a cabeza, su rostro cubriose de sudor y, marchando en la obscuridad a tientas, como un ciego, con los brazos extendidos, balbuceó: ¡Catalina!... ¡Luisa!... ¡Jerónimo!
Después de buscar á tientas el llamador, lo hizo sonar dos veces fuertemente. Tiraron desde arriba por un cordel y se abrió la puerta. Entonces Pedro no hizo más que depositar con presteza el cuerpo del señorito en tierra, y echarse á huir como un gamo por las calles. No fué pequeño el alboroto que se armó en la casa de D. Baltasar así que hallaron al joven en semejante estado.
Fuése en busca de ellos y encontró á muchos en la puerta del casino subiendo á los coches, con el deseo de huir de allí cuanto antes, como si el suelo les quemase las plantas. En el desorden de la fuga parecían marchar á tientas, sin fijarse en él. Dentro del casino encontró al Chiquito tendido en una banqueta, envuelto en una manta, sudoroso y pálido, con el aspecto de un niño poseído de terror.
Los días menguaban, entristeciendo el ánimo de los que ya, por otros motivos, estaban tristes. A las seis y media la casa estaba a oscuras, y doña Lupe retardaba el encender luces todo lo posible. Fortunata, en el cuarto de su marido, y casi a tientas, llegó al sofá donde él estaba echado, y le preguntó si tenía ganas de comer, sin obtener respuesta.
No pudo recordarlo; pero lo buscaría, a tientas también; y una vez hallado, saldría de la alcoba, cogería el llavín que estaba colgado de un clavo en el recibimiento, y ¡aire!... ¡a la calle! La idea de la evasión estuvo flameando un rato sobre sus sesos, como una luz de alcohol, sin que pudiera entender cómo se había encendido semejante idea.
Novillo, a tientas, abrió el maletín; extrajo de él un tarro que había sido de aceitunas y que estaba lleno de agua clara; se sacó con disimulo la dentadura postiza y la metió en el tarro. No podía dormirse con aquellos dientes ajenos, porque le mordían, a pesar suyo, la lengua, como si el antiguo propietario viniese, a favor de las tinieblas del sueño, a vengarse del macabro usufructo.
Diógenes, cada vez más postrado, lloraba en silencio; el viejo, buscando a tientas la mano del enfermo, añadió apretándosela con todas sus escasas fuerzas: Porque tú querrás que yo lo vea... ¿No es verdad, Perico?... Querrás confesarte... ¡Sí, padre..., sí quiero! ¡Con usted... Ahora mismo! exclamó Diógenes tendiendo los brazos hacia él, como un niño que llama a su madre.
Al penetrar de nuevo en el salón, Ricardo sonreía como un bienaventurado. El brillo de la araña le trastornó un poco y se apresuró a sentarse. El gabinete de María, al llegar a él su dueña, estaba sumido en las tinieblas. Buscó a tientas las cerillas y encendió una lámpara de bomba esmerilada. Estaba decorado con lujo y con un gusto que rara vez suele verse en los pueblos secundarios.
En efecto; el tiroteo empezaba por ambos lados a la vez, hacia la meseta de «El Encinar» y las alturas de Kilberi. Entonces los dos jefes se abrazaron, y cuando marchaban a tientas en medio de la profunda noche tratando de llegar al borde de la peña, oyose la voz de Materne que les gritaba: ¡Tened cuidado, que ahí está el precipicio! Detuviéronse, mirando a sus pies, pero no vieron nada.
Palabra del Dia
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