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Actualizado: 7 de mayo de 2025
13 Que prende a los sabios en su astucia, y el consejo de sus adversarios es entontecido. 14 De día se topan con tinieblas, y en mitad del día andan a tientas como de noche. 15 Y libra de la espada al pobre, de la boca de los impíos, y de la mano violenta. 16 Que es esperanza al menesteroso, y la iniquidad cerró su boca.
La habitación estaba llena de objetos de toda clase, de baúles abiertos y cerrados y aun de muebles derribados. El duque atravesó por todos aquellos obstáculos con precauciones infinitas. Marchaba a tientas, rozando todos los objetos sin tocarlos y paseando entre las sombras sus dedos destrozados. A cada paso murmuraba en voz baja: Honorina, ¿está usted ahí? ¿me oye usted?
Carmencita, incapaz de bajar de un solo paso desde el cielo rútilo y floreciente hasta el lóbrego comedor de la casona, se deslizó hacia su dormitorio para recogerse un momento y componer su semblante transfigurado. Iba casi a tientas por salas y pasillos penumbrosos, a los cuales la luna se asomaba un poco por las vidrieras desnudas.
Abandonado en las tinieblas y buscando en ellas sus caminos a tientas, falto por completo de su apoyo, Silas tenía inevitablemente el sentimiento sentimiento triste, en verdad, y que casi rayaba en la desesperación de que si algún socorro le llegaba no podía ser sino de afuera. Así es que sentía una ligera emoción de esperanza a la vista de sus semejantes.
Rafael se estremeció en los brazos de su amante como si despertase. Debe ser tarde. ¿Cuántas horas estamos aquí? Sí, muy tarde contestó Leonora con tristeza. Las horas de placer van siempre al galope. La obscuridad era densa: había desaparecido la luna. Cogidos de la mano, guiándose a tientas, llegaron a la barca y el chapoteo de los remos comenzó a sonar río arriba sobre la negra corriente.
Los pasos rudos de los tres hombres por la escalera agitaban la tertulia del salón. Doña Rosa dejaba la calceta y decía: «Laura, vé por el rosario, que ya sube tu padre». Y ella entonces abría la puerta de un gabinete oscuro, y temblando de miedo, que se hubiera guardado bien de confesar, descolgaba á tientas y precipitadamente un rosario que colgaba sobre la cama de su madre.
Necesitaba un arma menos embarazosa; tal vez tendría que descender y arrastrarse entre los matorrales. Tiró del interior de la faja, y el revólver se deslizó fuera de su madriguera con la suavidad de una bestia sedosa y tibia. Anduvo a tientas hasta la puerta y la abrió con lentitud, sólo un pequeño espacio, el necesario para asomar la cabeza, chirriando levemente sus groseros goznes.
La criada intentó tranquilizarla; pero los consuelos verbales la irritaban más. A eso de las nueve, la dolorida se levantó con resolución del sofá en que se había echado, y a tientas, porque el gabinete estaba oscurísimo, buscó su mantón. «Ya verán, ya verán» murmuraba en su agitación epiléptica; y a tientas buscó también las botas y se las puso.
Aquí llegaba el de la corte con sus meditaciones sin notar que el sol había apagado su último reflejo, y que, por ende, la noche había dejado su habitación envuelta en la más impenetrable obscuridad, cuando un ruido estrepitoso, sobre el techo de la alcoba, le hizo dar un salto en la silla y buscar en seguida, á tientas y acelerado, la puerta, pensando que se hundía el tejado solariego.
El disparate que se le había ocurrido, porque disparate era y de los gordos, fue que debía echarse del lecho muy callandito, buscar a tientas su ropa, vestirse... ir hacia la percha, coger su bata y ponérsela. El mantón, ¿dónde estaba?
Palabra del Dia
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