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Actualizado: 29 de junio de 2025


Más sabio que nosotros y ya menos dichoso, Teobaldo era más grave, más reflexivo. Conocía el mundo; es decir, los pesares; nosotros no conocíamos más que nuestro mutuo afecto, la amistad y la dicha. »Una mañana, brillaba el bello sol de otoño, estábamos los tres en un extremo del parque, hablábamos familiarmente, y Carlos nunca habíase mostrado más gracioso y amable.

»Logrado este primer deseo, solicité para Carlos la plaza de secretario, que Teobaldo no podía desempeñar, a lo cual accedió también mi tío sin repugnancia y sin objeción alguna. Semejante conducta de su parte dejome profundamente admirada, y mi alegría rayaba en locura, pensando que la edad había cambiado el carácter del Duque.

»Dios nos ha oído murmuró en tono bajo una voz que me era conocida, la de Carlos. Por fin vuelve en su conocimiento, ya abre los ojos. »Y los dos amigos se abrazaron. Los veía, y no podía explicarme cómo estaba en aquella estancia, en aquel lecho, sin criados, sin ninguna de mis doncellas y no teniendo otros acompañantes que Teobaldo y Carlos.

Abandonaría el castillo, e iría a refugiarme en un convento, el della Pietá, donde se encuentra la hermana menor de usted, la señora Isabel. »¡Tiene razón! exclamé; ¡partamos! »¡Insensata! exclamó Teobaldo deteniéndome; ¿Cree usted que la abadesa della Pietá consentiría en recibirla y retenerla contra la voluntad del señor Duque?

Nos vio, y una palidez mortal invadió su rostro, mientras que Carlos y yo nos sonrojamos al darnos cuenta de su presencia. »Teobaldo se repuso, y nos sonrió con la tristeza que acostumbraba. »Amigos míos nos dijo, sentándose cerca de nosotros. Se acordarán ustedes de la sorpresa que me causó, hace algunos meses, el sueño que Carlos nos contó había tenido.

, Carlos, si atiendo a tu mérito más que a tu sueño, debes, a despecho de los obstáculos, a pesar de tu nacimiento, hacer tu camino en el mundo, y llegar a los puestos más elevados. »Tanto mejor para ti dijo en tono de broma Carlos, dando en la espalda de Teobaldo con aire de protección. »¡Oh! ¡Yo prosiguió Teobaldo tengo el presentimiento de que seré siempre miserable!

Este corrió a mi tío, queriendo apaciguarle, y, a riesgo de que volviese contra él su cólera, le hizo presente que no debía descargar su rabia contra un niño, y sin razón, probablemente. »A esta palabra, el furor de mi tío no tuvo ya límites. »¿Si te despidiese de mi casa, si te arrojase de ella ahora mismo? gritó el Duque amenazando a Teobaldo.

»Sólo pensaba en nosotros, y se ocupaba asiduamente en procurar distracciones al pobre Teobaldo, que desde su enfermedad y durante su convalecencia estaba demasiado triste y abatido.

Este, al salir, dirigió a Teobaldo una mirada de gratitud. »Yo no me atrevía a salir de la habitación; no obstante, fue necesario hacerlo cuando llegó la hora de comer. Mi tío estaba solo en el comedor, sombrío y silencioso. A algunos pasos de él y a su espalda encontrábase Carlos, pálido y sin poder apenas sostenerse; al verme, su fisonomía expresó una gran satisfacción.

Sígala con el original, y vea si está bien. »Había dos papeles; me entregó uno y dio el otro a mi profesor, cuya inquietud igualaba a la mía. Teobaldo estaba turbado, pálido. Pero su admiración fue tan grande como la que yo experimenté, cuando fijó su vista en el papel que se me había entregado; la carta del margrave estaba delante de legible, la entendía perfectamente.

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