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Actualizado: 29 de junio de 2025
»Yo aprendía el francés con alguna facilidad; pero el alemán, aunque era el especial cuidado de mi tío, me disgustaba sobremanera y tenía que violentarme, y ni aun así lograba retener en mi memoria una sola palabra de aquel idioma, que yo calificaba de bárbaro. Por último, rogué a Teobaldo que cesasen las lecciones, consintiendo él en ello, pero a condición de que se lo advertiría a mi tío.
»Si tal es la voluntad del señor Duque dijo luego, ni la razón, ni las lágrimas, ni los ruegos conseguirán vencerlo. »Teobaldo y yo comprendimos que tenía razón, y guardamos silencio. Carlos continuó: »Por mi parte, ni aun ensayaría el hacerle cambiar de modo de pensar; sería inútil. »¿Qué haría usted? »Me dirigiría a un poder superior al suyo.
Acababa, sin saberlo, de oprimir con fuerza el brazo en que su herida estaba abierta todavía, y fuera de mí, caí a sus pies para pedirle perdón por el daño que sin querer le había causado; quiso levantarme, y su cabeza tocó la mía, sus labios rozaron ligeramente los míos, y, en aquel momento, apareció Teobaldo.
»¿Quién ha roto este jarrón? »Carlos permaneció silencioso. »¿Quién ha roto este jarrón? repitió el Duque con voz imperiosa, levantando el bastón. »¡He sido yo! repuso tímidamente el generoso Carlos. »Disponíase el Duque a golpearle, cuando apareció Teobaldo.
»Hubo un instante de silencio, y Teobaldo volvió lentamente a su tristeza habitual, diciendo: »Sí, señora; nuestros presentimientos se cumplirán. Tendrá usted inmensas riquezas, será una gran señora... respetada y adorada de todos.
»En aquel instante abriose la puerta y apareció Teobaldo. Mi esposo lanzó un grito de sorpresa: »¡Es posible! ¡el antiguo capellán del duque de Arcos! ¡El que el año pasado todavía era nuestro capellán! ¡verle en los altos puestos de la Iglesia! »En seguida, el Conde se acercó a él, y saludándole con respeto le dijo: »¿Parece, señor Teobaldo, que ha hecho usted una brillante carrera?
»Carlos permanecía de pie en un rincón del salón y nos miraba sonriendo; de pronto, dirigiéndose a Teobaldo, dijo: »Y bien, querido maestro: ¿no adivina usted que pueda haber aquí otro discípulo, que le debe la dicha de haber sido útil a su bienhechora? »Teobaldo quedó estupefacto, porque esta frase acababa de ser pronunciada en el más puro alemán.
Lo ignoraba, nunca me había dado cuenta de lo que podía suceder en mi corazón. Sólo mis amigos eran capaces de consolarme, y fui en su busca. »Amigos míos les dije llorando; aconséjenme, sálvenme, me quieren casar. »Teobaldo se estremeció; luego le vi levantar los ojos al cielo y brillar en ellos una lágrima. »Carlos púsose pálido como la muerte, y nada me contestó.
Teobaldo inclinó la cabeza y prosiguió, al cabo de un momento: »Un solo medio queda, que yo le diré. »¿Y cuál es? »Lo sabrá usted pasados unos días. »A pesar de nuestras instancias, no quiso satisfacer la ansiedad que experimentábamos.
Palabra del Dia
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