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Al primer cañonazo, el tercer oficial había izado la bandera, sin que cesasen por esto los disparos. Querían echarle á pique sin intimación alguna, «sin dejar rastro». Pensó que Freya, en relación con los directores de la campaña submarina, podía haber denunciado su viaje. ¡Ah... tal! ¡Si te encuentro otra vez!...

El corregidor, teniente de corregidor, alcaldes, regidores y demás de que se componen los cabildos de estos pueblos, me parece convendría subsistiesen en el mismo número y denominaciones que tienen al presente; pero convendría que el corregidor y teniente de corregidor lo fuesen sólo por tres años, y, cumplidos éstos, cesasen y no pudiesen volverlo a ser, sin haber sido residenciados, para impedir el que con la perpetuidad se hagan despóticos, y para animar con la esperanza a otros indios, que arreglarían su conducta y procedimientos para merecer el ascenso a estos empleos.

»Yo aprendía el francés con alguna facilidad; pero el alemán, aunque era el especial cuidado de mi tío, me disgustaba sobremanera y tenía que violentarme, y ni aun así lograba retener en mi memoria una sola palabra de aquel idioma, que yo calificaba de bárbaro. Por último, rogué a Teobaldo que cesasen las lecciones, consintiendo él en ello, pero a condición de que se lo advertiría a mi tío.

La multitud que escuchaba experimentó dolorosa sacudida, se agitó tumultuosamente unos instantes, lanzó exclamaciones incoherentes contra los malditos animales, trató de imponerles silencio a gritos, y, por último, visto lo inútil de sus esfuerzos, se resignó a esperar que cesasen. Los ladridos, en efecto, se fueron extinguiendo paulatinamente, haciéndose cada vez más raros y lejanos.

Y así pasó un rato sin que cesasen los efectos del licor que tan alevosamente tomara el nombre y la figura del Jerez. Mientras a D. Felicísimo se le antojaba realidad el desvarío que hemos descrito, la realidad era que el retrato estaba en su sitio y D. Felicísimo tendido en el suelo en completo trastorno físico y mental, sumergido en las tenebrosas honduras de la embriaguez.

¡Nombre de Dios!... ¡Qué empaque! dijo detrás del abogado un oficial joven, admirando la serenidad de Freya. Al llegar junto al poste, alguien leyó un breve documento: el extracto de la sentencia, tres líneas, para hacerla saber que la justicia iba á cumplirse. Lo único que la molestó de esta rápida notificación fué el temor de que cesasen las trompetas y los tambores.

Por eso, sin darse ella por vencida ni cejar un punto en su tenaz empeño, y fortaleciendo siempre con el despecho y la rabia y hasta el dolor mismo su terquedad de mujer voluntariosa, siempre mimada, optó desde luego por el camino de los hábiles políticos y los diestros estratégicos y los conocedores prácticos del mundo y del corazón humano: una prudente retirada que sosegara los ánimos y diese tiempo a que las memorias olvidaran, cesasen las prevenciones, se cansaran las lenguas, y los escándalos nuevos hicieran olvidar y aun perdonar los escándalos pasados.