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Actualizado: 16 de junio de 2025
Iba surgiendo del fondo del río una nube blanca con negros manchurrones; algo que subía y subía lenta y continuamente, como una aparición teatral por la boca de un escotillón. La parte blanca e irregular de la nube eran casas; lo negro, arboledas de jardines. Alguien en la proa rompió a aplaudir con el irresistible entusiasmo de las muchedumbres en las reuniones populares.
Salió precipitadamente del comedor donde se hallaba con Clara y su niño. Al ver a Barragán su faz se obscureció y dirigiéndose a él con paso un poco teatral y apretándole la muñeca le dijo al oído en voz baja pero con vehemencia trágica: ¡Los he visto ya! ¿Los ha visto usted? preguntó Barragán abriendo los ojos hasta querer salírsele de las órbitas. ¡Sí, hoy mismo he visto a los traidores!
Ella quería saberlo todo, no de aquella tranquila vida interior y regalada, al calor de la estufa, leyendo libros buenos, después de curiosear discretamente por entre las novedades francesas, y estudiar con empeño tanta riqueza artística como París encierra; sino la vida teatral y nerviosa, la vida de museo que en París generalmente se vive, siempre en pie, siempre cansado, siempre adolorido; la vida de las heroínas de teatro, de las gentes que se enseñan, damas que enloquecen, de los nababs que deslumbran con el pródigo empleo de su fortuna.
Por su larga experiencia teatral no ignoraba Carolina que hay en la vida del hombre dos períodos durante los cuales es fácilmente poseído de la pasión impetuosa y arrebatada: la primera juventud, en que las cortesanas parecen ángeles caídos, y la entrada de la vejez, en que uno quiere despedirse de la naturaleza con aquella música de besos que en la adolescencia nos abrió las puertas de la dicha.
Procuré serles útil: los ayudaba en cuanto podía, y más de una vez ocupé su puesto para que ellos pasearan o se divirtieran, ya en alegres partidas de caza, ya en Villaverde con motivo de alguna fiesta o de algún espectáculo teatral que llamaba la atención. Era yo en Santa Clara objeto de las atenciones de toda la familia. La señora solía decirme: Rodolfo: ¡está usted en su casa!
Isidora se encontró sola en el gabinete. Un lacayo apareció en la puerta. Era señal de que la ponían bonitamente en la de la calle. Levantose y salió. Andaba con la teatral arrogancia y la serenidad terrible de que se revisten algunos al subir al cadalso. Las salas del palacio se iban quedando atrás, como se desvanece el mundo cuando nos morimos. Cuando bajaba la escalera, un lacayo subía.
Sin embargo, he escrito otras y con ellas volveré a Madrid; son éstas que aquí traigo... El viejo comienza la lectura. A ratos se detiene un momento; saca su pañuelo doblado, lo pasa por la nariz y pregunta: ¿Usted cree que esta escena está bien preparada? Azorín tiene, como no podía ser menos, su estética teatral, que algunos críticos han encontrado exagerada.
En fin, hallo y veo un palaustre que lava esta cara como las lava todas. Creo, pues, que Paris es un pueblo inmoral; inmoral de un modo picante, novelesco, fantasmagórico; inmoral de una manera delicada, graciosa, aún artística: sobre todo, de una manera relumbrona, dramática, teatral.
García sintió el estremecimiento del soldado que va a entrar en fuego. El caballero maduro no comprendía por qué se aplaudía aquella obra. Ningún efecto teatral que tuviese novedad, ningún carácter con verdadero relieve; nada más que versos sonoros, es decir, hojarasca.
Pero los novelistas ignoran esa sencillez preciosa del arte teatral; acostumbrados á explicarlo todo, tipos y paisajes, no comprenden que, ante las luces de la batería, se pueda responder con una mirada á un largo discurso, ni que un suspiro de amor y una ventana abierta para dar paso á un rayo de luna, basten á servir de desenlace á una comedia; de aquí su frondosidad barroca, sus vaguedades y esa pesadez de detalles que el público no perdona.
Palabra del Dia
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