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Actualizado: 12 de junio de 2025


Pero Crespo era una excepción, un amigo verdadero, que entendía a medias palabras lo que las tías, el barón, etc., etc., no hubieran entendido en tomos como casas.

Una casa embellecida por Angelina; tus tías, felices, complaciéndose en verte; el P. Herrera lleno de alegría; y Linilla preparándole una sorpresa; y allá en el jardín dos niños, que parecían dos querubines, jugando con un arillo encascabelado. ¡Eso es lo que quieres! Lo tendrás a poco que te empeñes. Oyeme, óyeme: eres el único amor de Angelina.

»Soy soltero, partidario del matrimonio, veintisiete años, 560 pesos de sueldo y una posición honrosa cuando me jubile; familia considerada y apreciables probabilidades de fortuna por herencia. »En lo físico, se me encuentra, generalmente, bien, sobre todo mis tías, que son tan indulgentes.

La mayor parte del año vivía en Oviedo en compañía de unas tías solteronas hermanas de su madre, cuyo carácter se compadecía á maravilla con el suyo.

En cuanto puedan ustedes dar la vuelta... hay que darla decía con un pie en el estribo y la cabeza dentro del coche . Será usted la Regenta de Vetusta, Anita. No lo permite la ley, por causa de las tías contestaba don Víctor. ¡Bah, bah! Ya se arreglaría eso.... Será usted la Regenta. Don Cayetano quiso también subir al estribo, pero no pudo.

Terminado el trabajo, a eso de las cinco, nada de tertulia en la botica, nada de oir tocar a la señorita Fernández. A mi casita, a mi pobre casita, que me parecía un alcázar. Si acaso, y eso de cuando en cuando, a visitar al dómine o a charlar con Andrés. Los domingos, de vuelta de misa, a conversar con las tías y con Angelina, a leer, a escribir.... Por la tarde al patio.

Pocas veces se permitía Ana manifestar deseos, gustos o repugnancias, y menos estas, tratándose de los gustos y predilecciones de sus tías; pero una noche no pudo menos de expresar su opinión al volver sola de la tertulia íntima de Vegallana. ¿Te has divertido mucho? preguntó doña Anuncia, que se había quedado en el comedor, junto a la gran chimenea, leyendo el folletín de Las Novedades.

Y qué abrigaditas con sus pieles... Pues yo tuve anoche mucho frío, y ando con los zapatos rotos. Paren, paren el coche, que voy a subir un ratito. Estoy cansado. ¡Valientes tías!... Subiré por el Dos de Mayo. Por aquí va mucha gente a pie.

Ahorita vuelvo», con un balanceo de hamaca en los diminutivos. Era el indiano que veían en lontananza ella y las tías. Doña Águeda era muy buena cocinera; conocía el empirismo del arte, y además lo profesaba por principios. Sabía de memoria «El Cocinero Europeo», un libro que contiene el arte de confeccionar todos los platos de las cocinas inglesa, francesa, italiana, española y otras.

Se sublevaba, se sublevaba; que lo supieran sus tías difuntas; que lo supiera su marido; que lo supiera la hipócrita aristocracia del pueblo, los Vegallana, los Corujedos... toda la clase... se sublevaba...». Así era el cuarto de hora de Anita, y no como se lo figuraba don Álvaro, que mientras hablaba sin propasarse, estaba pensando en dónde podría dejar un momento el caballo.

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