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Actualizado: 5 de julio de 2025
Ahora empiezas, ahora. ¡Y quieres que te dé dinero!... Anda, anda, castaña pilonga, que otra cosa podrá faltarte ahora; pero dinero... No, no cuentes con tu tía; no te acuerdes más de esta perla vieja de la honradez». Las groserías de su tía Encarnación enfadaban atrozmente a Isidora.
Se encerraba en su cuarto y no abría a nadie. Don Pablo decía que para estudiar, pero la tía, informada por Pampa que, en razón de su ministerio, llegaba hasta el recluso voluntario, en ocasiones, sabía que el niño trazaba números y más números, o se estaba espatarrado sobre la cama, la mirada perdida en las cortinas, los brazos inertes.
La casa de mi tía no era alegre, ya se lo he dicho, y lo era menos aún la existencia que llevaba yo en Ormessón.
Los faroles de la calle le parecían astros, los transeúntes excelentes personas, movidas de los mejores deseos y de sentimientos nobilísimos. Entró en su casa resuelto a espontanearse con su tía... «¿Me atreveré? pensaba . Si me atreviera... ¿Y qué hay de malo en esto? En último caso, ¿qué puede hacer mi tía? ¿Acaso me va a comer?
Tía Pepa observaba en mi rostro el efecto que me causaba aquella conversación. Angelina me vió, como diciéndome con los ojos: Y tú ¿qué dices? Cayóme en gracia el viejecito. Fino, afable, cortés, jovial, sin llanezas ni bromas de mal gusto, de fácil palabra y amena conversación, el P. Herrera, a pesar de sus años, parecía un mozo por la frescura de sentimientos.
El doctor Trevexo volvió a guardar los papeles en la levita y se levantó. Señora dijo a mi tía, pocas veces nos ha costado más trabajo que en esta ocasión formar una lista. Pero estoy contento. El jefe la proclamará mañana, y el partido la recibirá de sus manos consagrada como una bandera de lucha. ¿Confía usted en la victoria?
Cuando tía Carmen estaba muy débil me costaba trabajo entenderla. Como entonces su voz era trémula y apagada, la enferma se veía obligada a repetir las frases, y no lo hacía sin dar muestras de impaciencia. La doncella, habituada a oirla, se apresuraba a decirme lo que yo no había entendido, y apuraba el ingenio para no entristecer a la anciana.
El joven la vió sacar de un pedazo de periódico, enrollados, los billetes, que puso sobre la mesa de pino que, en aquella primera habitación, llenaba, mal que mal, las funciones de escritorio: quinientos, seiscientos, mil, mil quinientos, ochocientos, dos mil, dos mil doscientos... Silencio. La tía, radiante, contemplaba el depósito; Quilito, turbado, miraba a la tía.
A los individuos de Orden Público o de la Guardia Civil que iba encontrando, les miraba ya como subalternos, y por poco les manda prender a su tía y a Torquemada. En el café, aquella noche, hubo la gran escena. Al principio no dijo nada, esperando dar la sorpresa de sopetón; pero sus amigos conocieron que no era el mismo hombre.
Todas somos de la familia: esta buena moza es su tía carnal; estas dos son sus hermanas, que en la cara se les conoce; estas tres gordinfloncitas son sus primas por parte de madre; yo y esta borradita, sus sobrinas, aunque no lo parezcamos; la de más allá, esa negra chicharrona, es la mama que la crió; ésta es su... Basta, basta con la parentela, que es larguita interrumpía el lego sonriendo.
Palabra del Dia
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