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Actualizado: 16 de junio de 2025


En efecto; se levantó un tapiz y apareció doña Clara, radiante de galas y hermosura: llevaba un traje de brocado de oro sobre verde, con doble falda y con segunda falda de brocado de plata sobre blanco; en los cabellos, en la garganta, sobre el seno, en las brazos, en la cintura, llevaba un magnífico aderezo completo.

No solamente había cesado de nevar, sino que también se hallaba el viento encalmado; y, por una venturosa casualidad, por un rasgón abierto en la espesura de los negros celajes asomaba la luna llena, derramando su luz pálida sobre el blanco tapiz del valle y los más altos picos del brocal de montes que le aprisionan.

Tuvo, pues, gran éxito en el Casino; puede decirse que compartió el cetro de la noche con la sueca y con el lord inglés estrafalario, del cual se contaba que tenía alfombrada con tapiz turco la cuadra de sus caballos y baldosado de piedra el salón de recibir.

Cuando hubo transcurrido más de una hora sin que nadie llegase, Ramiro emprendió a su vez el escalamiento. La ventana estaba entreabierta. Descorrió el tapiz. Densa obscuridad llenaba la primera habitación. Voleó una pierna y luego la otra. Su broquel golpeó los azulejos. Comenzó a avanzar, en dirección a la cuadra del baño, hurgoneando la sombra con el estoque.

Y en medio del pasmo de todos y de sus risas después, explicó entonces Diógenes el enigma... Mientras las cuadrillas del ajedrez bailaban, hallábase sir Roberto Beltz al lado de Diógenes, mirando con grande atención al tío Frasquito, que muy pomposo y satisfecho en su papel de rey, movíase con pausa y majestad sobre el tapiz a cuadros rojos y blancos que representaba el tablero.

El tapiz carecía entonces de mérito, como todas las cosas que abundan. Los roperos de Valencia tenían en sus almacenes docenas de paños de la misma clase, y al llegar la fiesta del Corpus cubrían con ellos las vallas de los terrenos sin edificar en las calles seguidas por la procesión.

Sólo un polvoroso haz de sol entraba por alguna rendija, estampando en el tapiz un óvalo ardiente que parecía chamuscar el tejido. Infinitos corpúsculos subían y bajaban como átomos de silencio. Acababa de sonar el toque de la una. Afuera el sol quema, el muro se cuece.

La señora, en la primavera y en las tardes y noches de verano, suele estar cosiendo o de tertulia en el patio, cuyos muros se ven cubiertos de un tapiz de verdura. La hiedra, la pasionaría, el jazmín, el limonero, la madreselva, la rosa enredadera y otras plantas trepadoras, tejen ese tapiz con sus hojas entrelazadas y le bordan con sus flores y frutos.

La tayabense jamás deja el tápiz; monta admirablemente y cifra su orgullo en su traje de montar y en la riqueza de los atalajes de su caballo. Todas montan al lado izquierdo y desconocen el uso de la espuela, sustituyéndola con flexibles latiguillos que suspenden de la muñeca con una cadenita de plata.

¡Qué frío tan intenso, Dios soberano, en cuanto me vi fuera de casa! ¡Y qué hundírseme los pies en aquel suelo húmedo y esponjoso! ¡Cuántos resbalones y caídas en el pedregal, y cómo me hubiera reído de la triste figura que iba haciendo yo entre aquella gente que andaba sobre el inseguro tapiz con igual firmeza que sobre los estragales de sus casas, si las ideas de que estaba impresionado mi cerebro no hubieran sido tan tristes y funerarias!

Palabra del Dia

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