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Actualizado: 16 de junio de 2025


El bufón se retiró sin ruido, la miró un momento al través de la abertura del tapiz con una mirada profunda, en que había tanta ternura hacia ella, como amenaza, como cólera hacia los que causaban el doloroso estado de la joven. Está sola dijo y entró con él; él debe estar con la otra; busquemos otro camino; es necesario saber de lo que tratan esos miserables.

El satín de aquel cuerpecito de regalo no sentiría asperezas en el roce de aquellas sábanas». Obdulia admiraba sinceramente las formas y el cutis de Ana, y allá en el fondo del corazón, le envidiaba la piel de tigre. En Vetusta no había tigres; la viuda no podía exigir a sus amantes esta prueba de cariño. Ella tenía a los pies de la cama la caza del león, ¡pero estampada en tapiz miserable!

Mucho antes de llegar al paraje designado, vieron sus figuras negras resaltando sobre el blanco tapiz de la helada. Miguel, que hasta entonces había dado señales de hallarse inquieto y nervioso, quedó repentinamente en calma: desde entonces hasta el fin del lance manifestó una absoluta y extraña serenidad que dejó altamente complacidos a sus padrinos.

Una modesta iglesia, rodeada por su cementerio y algunos huertecitos de árboles frutales; á un lado una linda casa de paisanos, resaltando sobre el rico y florido tapiz de grama; del otro un arroyuelo cristalino que iba por entre cercas de palos á hundirse en una ramblita cubierta de festones para darle movimiento á un aserrío de tablas; y en el centro, en una plazoleta, un grupo de mujeres y niños con sus atavíos originales, tales eran los elementos del gracioso cuadro.

No nos deben ver salir juntos de la cámara del rey. Sois muy torpe, excelentísimo señor. Nos veremos, sin que nadie lo sepa ni lo entienda, en vuestro camarín de la secretaría de Estado. Hasta dentro de un momento. Adiós. Y el bufón levantó el mismo tapiz por el que había aparecido, y desapareció tras él.

Si la premura era grande, hacía descolgar un tapiz, negociar una joya o pagar ciertos gastos con las piezas de su innumerable vajilla, cuyos platos, fundidos en las minas de América, hacían fácilmente las veces de monedas enormes. El era, sin embargo, harto sobrio.

De prisa va el caballero... «Si fuese mío...» ¡Oh! hablar de vender el tapiz de Beauvais... La mirada del señor Desmaroy se cruza con la mía. Nuestras dos voluntades cruzan el hierro. La suya, un poco arrepentida de la reflexión que se le ha escapado; la mía bastante desdeñosa por la indiscreción cometida. Evidentemente mi antipatía se precisa.

A la vista del niño, cualquier viejo tapiz se puebla de seres animados. ¡Con qué sencilla fe contempla sobre los viejos y apolillados lienzos la imagen de Syrinx extendiendo aún los brazos, cuando ya está convertida á medias en grupo de cañas, Procrios echando raíces para convertirse en álamo, ó la ninfa Byblis fundiéndose en llanto, para correr eternamente en forma de fuente!

Los señores de la comisión escolar, sentados, tranquilos y solemnes, detrás de una ancha mesa cubierta con tapiz verde, se le figuran jueces, tan terribles, que trata de no ser visto; se esconde en un ángulo de la vasta sala. Suenan nombres lanzados por los ujieres; algunas personas se levantan, hablan, salen. Juan mira casi inconsciente; de pronto ve adelantarse a una mujer hacia la mesa.

Como á las ocho de la noche se levantó un tapiz y entró una mujer envuelta en un manto. Tras ella entró un hombre pequeño y ancho, embozado en una capa. La mujer se desprendió el manto y le arrojó al hombre, que había echado abajo su embozo. Eran Dorotea y el bufón.

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