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Actualizado: 16 de abril de 2025


¿Qué tal, eh? dijo una voz detrás de un tapiz. Miró Lerma al lugar de donde salía la voz, y vió que el tapiz se levantaba y que de detrás de él salía un hombrecillo. Aquel hombrecillo era el bufón del rey. Estuvieron mirándose durante algunos segundos el ministro y el bufón. Los ojos del tío Manolillo relumbraban como brasas. Sus mejillas no estaban pálidas, sino verdinegras.

Un día cayó en gruesos copos blancos la nieve; se extendió como un blanco tapiz desgarrado sobre la hierba, verde aún, y en seguida se derritió, aumentando la frialdad y la humedad del aire. En la clínica se encendían las luces a las cinco de la tarde.

Los muros estaban cubiertos de verdaderos tapices góticos, los estantes llenos de buenos libros, en un testero había un magnífico retrato de familia a cuyos lados brillaban dos panoplias de armas antiguas, y en otro lienzo de pared destacaba sobre el fondo multicolor y borroso del tapiz un santo pintado por Zurbarán.

Sentíase trasfigurada en semi-diosa, sublimada por la pálida luz que la inundaba y el blanco tapiz que se extendía a sus pies, divinizada por el enjambre de altas y hermosas ideas que revoloteaban por su cabeza.

Vagos, confusos al principio, los novelescos pormenores reaparecieron en forma de emoción más que de imagen, hasta recobrar, por fin, su nitidez y su ordenamiento, guiados por el orgullo. Veíase de nuevo saltando la ventana, descorriendo el tapiz y caminando luego a tientas, en dirección a la cuadra del baño, con el estoque tendido en la sombra.

Permaneció la joven por algunos momentos agobiada y como anonadada sobré el tapiz, el cabello en desorden, la mirada fija y seca, agitando una mano por intervalos, con un movimiento de extravío. Fue sacada de aquel abatimiento por algunos ligeros golpes dados a la puerta de su salón. Levantose inmediatamente.

Los rizos perfumados de la joven tocaron las mejillas de don Juan y sus ojos se sintieron atraídos por la mirada dulce, apasionada, saturada de amor y de deseo del joven. Aquellos dos semblantes se unieron y resonó el estallido de un doble beso. Y entonces el bufón se separó del tapiz, se alejó y dijo bajando las escaleras: ¡Oh! ¡gracias á Dios! el veneno es inútil: el veneno no matará á nadie.

Sus distintivos son: hablar más ó menos el español, calzar botitos en las grandes solemnidades; medias, con bordadas chinelas en las medias fiestas, y pié desnudo resguardado por pintado zueco, en lo ordinario; viste estrecho tapiz, con la abertura atrás, permitiéndose algunas veces, saya suelta, la que invariablemente es de seda, completando su atavío, ternos más ó menos costosos y piñas más ó menos bordadas.

Id y decid á doña Clara Soldevilla, mi menina, que venga dijo la reina, haciendo un supremo esfuerzo para que no se trasluciese en su semblante la agonía de su alma. El padre Aliaga se puso literalmente malo. La condesa de Lemos dejó caer el tapiz de la puerta de la cámara. Sólo una casualidad podía salvar á la reina de ser cogida de una grave mentira por el rey.

Un solo rayo de sol penetraba en la estancia tras una madera entreabierta. ¡Qué alarido el que estalló en la obscuridad cuando el niño alzó en el haz luminoso la sanguinolenta cabeza que goteaba sobre el tapiz! Una de las dueñas se derrumbó de espaldas, presa de brusco soponcio. La mujer que acompañaba a Ramiro contó con alegría la proeza del mancebo.

Palabra del Dia

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