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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Es mía dijo el fondista inventor avergonzado. Como todo el mundo la trae y la lleva, no es extraño... Vaya, déjese de la guitarra y a ello manifestó Suárez. Después de rasguear otro poco, la monja gritó volviendo la cabeza hacia la pared, porque la avergonzaban, sin duda, nuestras miradas fijas. ¡Honraaa!...
Suárez me miró con sorpresa y respondió con acento mitad afectuoso, mitad despreciativo: ¡No se apure usted, buen hombre! Déjelo usted correr, que ya parará. Me han dicho por ahí que le gusta a usted esa morena. ¿No le gusta a usted? Pues corriente. A mí sí; porque es una mujer castiza, ¿sabe usted? de esas que al llamarlas dicen con la mano ¡vuelvo!
Pasaba la mañana leyendo en la cama: las tardes y las noches en el café discutiendo a gritos lo que había leído por la mañana. Los vecinos no le querían; pero respetaban mucho su ilustración y talento. ¿Quién ha pedido la palabra? preguntó don Rosendo. Suárez... Sinforoso Suárez dijo el joven inclinando su busto sobre la barandilla. Usted la tiene, señor Suárez.
Sin embargo, aunque agucé cuanto pude el entendimiento, no hallé otro procedimiento. Penetré en la calle por la parte baja, esto es, por la de Mercaderes y Conteros, y fui siguiéndola cautelosamente, ciñéndome bien a las paredes hasta poder avistar la casa de Gloria. Pude notar, sin ser notado, que Suárez continuaba en el mismo puesto. Fuerza de voluntad necesité para no correr allá y patearle.
El miércoles de la semana siguiente tenían pensado irse. Era, pues, indispensable aprovechar aquel corto plazo para conseguir lo que ya abiertamente me proponía, esto es, que la hermana me diese algunas esperanzas de quererme a la salida del convento. A la mañana siguiente, como viniese de casa con ellas hasta el manantial, encontré a Daniel Suárez, mi compañero de cuarto.
Al mismo tiempo me alcé del asiento y salí de la taberna, un poco sorprendido, en verdad, de que Suárez me dejase ir tan tranquilo, pues en nuestra corta plática le había dirigido algunas injurias que merecían explicación. Lo que no se me ocurrió mientras estuve bajo la impresión del latigazo de la cólera, penselo en cuanto me serené un poco y se me acordaron las ideas.
El Don Quijote apareció al comenzar el año de 1605; pero el efecto que hizo así en España como en toda Europa, no contribuyó á mejorar la suerte de su autor, sino más bien á empeorarla por los ataques que se le dirigieron, ya por poetas mal intencionados, aunque famosos, como Góngora, Cristóbal Suárez de Figueroa y Esteban Manuel de Villegas, ya por los ciegos parciales de Lope de Vega, porque en el diálogo con el canónigo no se le había colmado de tan desmedidos elogios como ellos deseaban.
Para el mismo fin los buscamos nosotros, respondió el capitán Mamaluco; y añadió en ademán de enojado: ¿Y por qué venís aquí si nosotros hemos llevado ya todos los infieles? Preguntóle después qué Padre le instruía y enseñaba la fe y quién venía con ellos. Dijo que el P. Felipe Suárez, era cura de su pueblo, mas que ellos iban solos.
En Los amantes de Teruel desenvuelve un argumento, puesto antes en escena por Andrés Rey de Artieda, y objeto también de los trabajos dramáticos de Vicente Suárez y de un poeta anónimo, según consta del tomo II de las comedias de Tirso de Molina.
Isabel dio la señal de marcha. No sé a quién se le ocurrió subir al monasterio antes de ir a La Palmera, y emprendimos, en efecto, la ascensión. La comitiva se repartió en parejas. Yo, para hacer méritos a los ojos de Gloria, viéndola emparejada con Suárez, me fui solo delante. El camino es corto, pero bastante agrio.
Palabra del Dia
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