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Actualizado: 4 de mayo de 2025
En aquella calle, en una casa chata y vieja, vivía la señora María Suárez, honrada esposa del escudero Melchor Argote, y honrada amiga del prendero Gabriel Cornejo. Cuando Montiño llegó, encontró á la señora María fregoteando, como la mujer más hacendosa del mundo, en la cocina. Buenos días, buenos días, señora dijo el cocinero ; ¿y cómo va por acá? ¡Ah! ¿sois vos, señor Francisco? dijo la vieja.
Después de la escena violenta que dio por resultado la salida de Gloria de su casa, Suárez me dio la enhorabuena cordialmente y mostró interés porque aquel estado de cosas durase lo menos posible y viniese la boda cuanto más antes.
Empuñola Suárez, y comenzó a manejarla con singular destreza. ¿No canta usted? le preguntó la madre. Al tiempo de lavarme únicamente. Pues aquí la hermana San Sulpicio lo hace muy bien. Alguna vez la hemos oído en el colegio... el día del santo del superior, que es cuando se permiten esas cosas.
¡Oh! ¡Costa!... ¡Buen muchacho!...No cabe duda que tiene felices disposiciones. Cuando se le quite ese encogimiento natural del que principia será un verdadero artista. Hay algunos pormenores en su grupo dignos de llamar la atención... ¿Pero ha visto usted el Titiritero de Suárez? ¡Qué admirable! ¿verdad? ¡Qué expresión! Es la obra de un maestro.
Suárez y yo nos miramos un instante a los ojos sin disimular el odio. Yo fui quien rompió el silencio, diciendo: Ante todo, hablaremos bajito para que no se enteren esos señores... Quiero decirle a usted que, después de lo que ha pasado esta noche, usted comprenderá que necesito matarle.
Pocas millas faltaban para llegar al lugar donde el P. Suárez había vuelto atrás, cuando los dos caciques se dejaron salir de la boca estas palabras: «Gran lástima tenemos de vosotros, porque os han de robar y matar los Tuquís que discurren por este camino». Tuquís llaman á los pueblos que no son de su nación.
Sabía el tiempo que todas las noches hablaba con ella y que todos en la tertulia tenían conocimiento de tales relaciones. Preguntó si yo era de la partida, y, respondiéndole que sí, negose a formar parte de ella. Sólo a fuerza de ruegos cedió, y eso con la condición de que se invitase también a Daniel Suárez.
En El pasajero, de Suárez de Figueroa, pág. 109, se dice expresamente que en las farsas, que comunmente se representan, han ya abandonado esta parte, que llamaban loa. Y según de lo poco que servía, y cuán fuera de propósito era su tenor, anduvieron acertados. Muchas loas, que preceden á los autos de Calderón, no son suyas, sino escritas por otros por indicación de los editores.
Le dije también que, aunque Suárez hubiera sido discreto, tenía el convencimiento firme de que tramaba algo contra nosotros y que pronto se había de ver el resultado. Convino conmigo en que era imposible que volviese a presentarme en su casa.
Procuré hacer con ella el menor daño posible a Suárez. Dije que éramos amigos íntimos, que habíamos bebido más de la cuenta y, disputando en el muelle por cuestiones insignificantes, nos habíamos pegado; que Suárez había sacado una navaja para defenderse, porque yo era más fuerte, y que me había precipitado sobre él, saliendo herido en el encuentro.
Palabra del Dia
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