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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Oiga usted, Amparito, si usted se metiese monja, yo quisiera ser vicario. Pues yo quisiera que usted fuese un poco más formal, Suárez. ¡Cuántos ratos de compañía había de hacerle!... Lo peor es la reja... ¿No se quita la reja para el vicario?... Calle usted, malvado; mire que es pecado hablar así en este sitio.

Y cuando daba vueltas á su imaginación, se acordó de la señora María Suárez, la insigne esposa del bravo escudero Melchor Argote. ¡Ah! dijo el joven la casa donde dormí anteanoche... paréceme aquella mujer á propósito para cualquier cosa. ¿Pero podré yo dar con la casa?... Y se puso en busca, y al fin, como la suerte le protegía, pudo reconocer la calle y la casa á las pocas vueltas.

Un "asalto". Las mujeres americanas. Las bogotanas. "Donde" el Sr. Suárez. La Música. Las señoritas, de Caicedo Rojas y de Tanco. El "bambuco". Carácter del pueblo. El duelo en América. Encuentros a mano armada. Lances de muerte. Virilidad. Ricardo Becerra y Carlos Holguín. Una respuesta de Holguín. Resumen. Así son también las ideas que se forman.

Sábenlo los que han visto en España las comedias, que llamamos Autos del Corpus, porque el escenario y el proscenio se llevan por las plazas públicas, como indicaba Horacio. «Dos caminos tendréis por donde enderezar los pasos cómicos en materia de trazas. Al uno llaman comedias de cuerpo; al otro de ingenio, ó sea de capa y espada. Suárez de Figueroa, El pasajero: Madrid, 1617, página 104.

Suárez: Historia de Guadix y Baza, pág. 323. Navarrete: Vida de Cervantes, pág. 120. Las comedias de Mira de Mescua, ya sueltas, ya en las colecciones, se atribuyen frecuentemente á otros autores; no conocemos la colección, de que nos habla Don Nicolás Antonio. Muy rica es la colección de manuscritos del duque de Osuna, en comedias de Mescua.

A los fines de Junio del mismo año se prevenía el P. Felipe Suárez para ir á cinco Rancherías de Morotocos, á atraer la gente al conocimiento del verdadero Dios; pero se hubo de detener algún tiempo por haber recibido carta del P. Visitador y Vice-Provincial Antonio Garriga, en que le ordenaba sucediese al P. Juan Patricio Fernández en el oficio de Superior de aquellas Misiones; con todo eso, por no perder la ocasión, fué allá y trajo felizmente para Dios el pueblo, del cual muchos se inquietaron después y quisieron volverse á sus antiguas miserias, por ser el clima poco conforme á su salud; mas premiando Dios los trabajos y fatigas de su siervo, que verdaderamente fueron grandes, especialmente una ardientísima sed de cinco días, sin tener una gota de agua con qué refrigerarla, se quietaron, finalmente, y se redujeron todos á ser cristianos y tomar casa fija en San Joseph.

Del testimonio de D. Antonio de Sosa se deduce que Cervantes escribió versos en Argel. V. á Navarrete, pág. 56. Suárez de Figueroa, Plaza universal. Rojas, l. c. Cervantes, Prólogo á las com. y Viaje al Parnaso. Sirvan de prueba las líneas siguientes, que pueden ser aumentadas con nuevos datos: La gitanilla de Madrid sirvió á Montalbán y á Solís para componer dos piezas de igual nombre.

El señor Bonilla recuerda lo que contra ellos dijo el doctor Suárez de Figueroa en su Plaza universal de todas ciencias y artes . Y antes que Suárez, Barahona de Soto, en su Angélica, maltrató á los finchados gramaticones al incluírlos en la relación de aquellas gentes que Zenagrio, en la morada de Gleoricia, no se digna de mirar: «Tanto del soez gramático arrogante que, porque punta y coma sus diciones y ordena lo de atrás para adelante, no estima los gravísimos varones....»

Entraron para este efecto los PP. Felipe Suárez y Agustín Castañares y habiendo caminado noventa leguas, llegaron á un pueblo de Zamucos, y por entonces no se consiguió reducirlos. El año siguiente entraron los PP. Jaime de Aguilar y Agustín Castañares, y habiendo salido á 29 de Abril, caminaron las noventa leguas que los del año antecedente y hallaron desierto el pueblo en que estaban antes.

Era imposible dudar ya de que la ofensa había venido directamente de ella. A pesar de que tenía la mirada fija en la mesa, sentía sobre los ojos de Suárez, observándome, serios y recelosos. Levanté al cabo la cabeza y dije gravemente: Está bien. Puesto que es ella sola la que ha querido ofenderme, nada de lo dicho. Quede usted con Dios.

Palabra del Dia

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