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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Una de las veces sus ojos chocaron francamente con los míos, y los dos sonreímos, sin saber por qué. Bajolos, al fin, y, mostrando vergüenza, dijo en voz baja: Ya que me has llamao... aquí pronunció a medias la palabra fea que yo había dicho a Suárez en la memorable conferencia de la taberna. Debí de empalidecer terriblemente, y murmuré, rechinando los dientes: ¡Infame!

Quién sabe si me tomaría por un mentecato, viéndome en aquella ridícula situación. Por fortuna o por desgracia, vino un suceso inesperado a sacarme muy pronto de ella. Un día, al entrar en el despacho de D. Oscar, me encontré repantigado en una butaca al malagueño que había conocido en Marmolejo, a Daniel Suárez, mi presunto rival en el amor de Gloria. Quedé sin gota de sangre en el rostro.

Pues bien, al escuchar las palabras de Suárez, el gallego me hizo ver inmediatamente el aspecto práctico del asunto, que el poeta tenía olvidado de un modo lamentable. ¡Dos millones! Las gracias de la hermana, ya muy grandes, crecieron desmesuradamente con aquella repentina aureola de que la vi circundada. El gozo se me subió a la cabeza, y no tuve la precaución de disimularlo.

Y sin entrar en más contestaciones y sin volverme hacia D. Oscar, cuyos ojos sentía siempre posados sobre , dije: Vaya, señores, ustedes tendrán que hablar... Hasta la vista. Vaya usted con Dios, amigo... Y que el asunto se arregle del todo me respondió Suárez. Don Oscar no dijo una palabra.

Notable ejemplo da de esto el beneficiado Fernán Suárez, natural de Sevilla y traductor del Coloquio de las damas de Pedro Aretino, libro reimpreso pocos días ha en Madrid por el señor B. Rodríguez Serra.

¡Oh! ¡maldiga Dios las malas lenguas! murmuró Montiño saliendo de la casa de la señora María Suárez. Y se alejó la calle adelante.

Media hora llevaría en el uso de la palabra en medio del creciente entusiasmo del auditorio, cuando a uno de los próceres del escenario se le ocurrió que podía tener seca la boca y sería oportuno servirle un vaso de agua con azucarillo. Comunicada en voz baja la observación al presidente, éste interrumpió al orador, diciéndole: Si el señor Suárez está fatigado, puede descansar.

El dueño, grande amigo de Daniel, nos sirvió por mismo boquerones fritos y japuta, poniéndonos al lado un par de botellas de manzanilla. Suárez estaba muy contento, y comía y bebía bravamente. No lo hacía yo mal tampoco. Las niñas de Anguita y su original papá nos servían de tema inagotable de conversación. Pidiose otro par de botellas.

No dejaba por eso de hablar con Suárez; pero cualquiera podía notar que no era con la misma animación, que una leve sombra de gravedad y preocupación se había esparcido por su rostro. El cauce del río nos conducía hacia la loma que cierra el contorno de Sevilla, por la parte del Sudoeste.

Las exclamaciones de Suárez ¡Olé, mi niña! ¡Bendito sea tu salero! ¡Alza, palomita, alza! y otras por el estilo, que soltaba en las pausas del canto, me parecían groseras e impropias. Pero observé que ellas no las tomaban a mal, por lo que vine a entender que eran el acompañamiento natural y obligado de aquel baile. Cuando éste terminó, la hermana María de la Luz corrió a sentarse avergonzada.

Palabra del Dia

hociquea

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