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Actualizado: 6 de junio de 2025


En varios pasajes repite el Diario del Almirante, ya al avistar la tierra, ya por celebridad de la fiesta de la Virgen María que ponía banderas en los topos de los mástiles y ataviaba la nao, y como quiera que desde el siglo XIV se acostumbraban flámulas con los castillos y leones, diciendo el cronista francés Froissart que en la batalla de la Rochela las llevaban las naos castellanas tales, que desde los topes llegaban á tocar el agua, cosa hermosa de ver, es presumible que por gala las tuvieran las carabelas, así como otras particulares y de señas que la ordenanza autorizaba.

Díaz de Solís, piloto mayor de Castilla, que mandaba estas naves, al avistar la enorme embocadura metíase por ella, creyendo haber encontrado el ansiado estrecho, pero la dulzura de las aguas le hacía abandonar su ilusión.

Aguardaban su turno para entrar en las dársenas de Buenos Aires, repletas por el tráfico mundial, y esta espera en medio del río, a algunas millas del puerto, prolongábase en ciertas épocas del año semanas y semanas. Los pasajeros del Goethe se despedían previsoramente antes de avistar Buenos Aires.

Las pasiones anteriores enmudecían. Nadie osaba insinuar una petición por miedo a verla aceptada, teniendo que descender a la asfixiante penumbra del camarote removida por el aleteo del ventilador. Y fue en esta hora cuando Ojeda entabló su cuarta conversación con Mina Eichelberger. Habían cruzado la palabra por vez primera en la tarde anterior, al avistar el buque las islas de Cabo Verde.

Al avistar Tenerife preguntó con emoción si ya estábamos en Buenos Aires. Mañana, al ver de lejos las islas de Cabo Verde, volverá a creer que hemos llegado... ¡Infeliz! De todos los que vamos en el buque es el que más piensa en Buenos Aires, y bien podría ocurrir que fuese el único que no llegase a verlo.

Mucho me encargó que os saludara en su nombre. Soy siempre su caballero y su esclavo. ¿Y vuestro viaje? No pudiera desearlo mejor, contestó el barón. La mar algo alborotada, pero tuvimos la suerte de avistar unas galeras piratas, á las que dijimos dos palabras. ¡Siempre afortunado, Morel! Ya nos contaréis la aventura esa.

Sin embargo, aunque agucé cuanto pude el entendimiento, no hallé otro procedimiento. Penetré en la calle por la parte baja, esto es, por la de Mercaderes y Conteros, y fui siguiéndola cautelosamente, ciñéndome bien a las paredes hasta poder avistar la casa de Gloria. Pude notar, sin ser notado, que Suárez continuaba en el mismo puesto. Fuerza de voluntad necesité para no correr allá y patearle.

Palabra del Dia

rigoleto

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