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Actualizado: 13 de mayo de 2025


La cavidad sosegada, ancha y blanquecina del templo ofreció a la tensión de su espíritu un alivio dulce y lento; pero cuando más recogida estaba, se le desvaneció la cabeza, inclinose de un lado, y no teniendo tiempo para asirse a la reja, cayó al suelo sin sentido.

Y, como las cosas de la guerra y las a ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecución sino sudando, afanando y trabajando, síguese que aquellos que la profesan tienen, sin duda, mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden.

Aunque el Virrey la causa publicaba De su salida ser el Chiriguana, Y al principio de aquesto se trataba, En Don Diego de dar tiene mas gana. Y así al punto luego se tornaba, Sabiendo Santa Cruz estaba llana; Que no estando la causa sosegada Allá fuera el Virrey de mano armada.

La suavidad de la tierra, en extremo pacífica antes de aparecer el hombre en ella el atractivo de alimentos vegetales que no se escabullen como la presa marina, sin duda que también el amor, tan difícil para la ballena y tan fácil en la sosegada vida del anfibio. El amor deja de ser fuga y azar.

¡María Santísima!, ¡lo que parecía aquella terraza! Había ninfas de traje alto que muy pronto iba a descender hasta el suelo, y otras de vestido bajo que dos semanas antes había sido alto. Las que acababan de recibir la investidura de mujeres se paseaban en grupos, cogidas del brazo, haciendo ensayos de formalidad y de conversación sosegada y discreta.

Por eso sigo ejercitándome en el manejo de las armas y no quiero pensar siquiera en que algún día he de perder el vigor de la juventud. Una vez al año interrumpo la monotonía de mi sosegada vida. Entonces voy a Dresde, donde me espera mi amigo y compañero querido, Federico de Tarlein. El año pasado lo acompañaban su bonita mujer, Elga, y un precioso y robusto niño.

Pero el noble bretón les miraba con sus hermosos y tranquilos ojos, y escuchaba impasible sus maldiciones, el codo sobre la mesa y la barba apoyada en la mano. Dejó que se exhalase el descontento general y dijo con voz sosegada: Si el señor Marenval quiere escucharme, voy á contarle lo que . ¿Y por qué á él y no á nosotros?

En París se separó de sus dos amigas; hizo una visita a Luz en su refugio, y gran acopio en ella de excelentes propósitos de enmienda, que se le entibiaron mucho con los aires del amino hacia su casa; y entró en Madrid, en septiembre, tan tranquila y sosegada como si no hubiera roto un plato durante el verano ni en todos los días de su vida.

Este la clavó colérica en su mayordomo; pero, al verle en aquella tan sosegada postura, cambió repentinamente, y alzando los hombros y convirtiendo de nuevo los ojos a las cartas, exclamó con sonrisa, alegre: ¡Qué bárbaro! ¡Es un verdadero suevo! ¡Alto, Sr. Quiñones, alto! dijo Saleta. Los suevos han acampado solamente en Galicia.

Ballester se le llevó no sin trabajo, porque aún quería permanecer allí más tiempo y llorar sin tregua. Cuando salían del cementerio, entraba un entierro con bastante acompañamiento. Era el de D. Evaristo Feijoo. Pero los dos farmacéuticos no fijaron su atención en él. En el coche, Maximiliano, con voz sosegada y dolorida, expresó a su amigo estas ideas: «La quise con toda mi alma.

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