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Actualizado: 16 de junio de 2025
Se comió como en un banquete de la Iliada. Pero el Aquiles de esta formidable pelea fue Manín, el bárbaro Manín, que, al decir de los que estaban a su lado, se comió once calabacines rellenos. Verdaderamente Manín era digno de ser llamado, si no suevo, ya que esto ofendía al señor Saleta, por lo menos longobardo. Se habló y se gritó como en una plazuela. Las tres hadas del Jubilado, que tanto habían ganado desde que Fray Diego echó la bendición a su hermana en inocencia y gracia infantil, tiraban bolitas de pan a los oficiales.
Oliveros, el mayor, tiene el noble y varonil tipo suevo de un hidalgo montañés. La barba de cobre, los ojos de esmeralda y el corvar de la nariz soberbio, algo que evoca, con un vago recuerdo, la juventud putañera de Don Juan Manuel Montenegro. Allá, en su aldea, la madre y el hijo suelen enorgullecerse de aquella honrosa semejanza con el Señor Mayorazgo.
Este la clavó colérica en su mayordomo; pero, al verle en aquella tan sosegada postura, cambió repentinamente, y alzando los hombros y convirtiendo de nuevo los ojos a las cartas, exclamó con sonrisa, alegre: ¡Qué bárbaro! ¡Es un verdadero suevo! ¡Alto, Sr. Quiñones, alto! dijo Saleta. Los suevos han acampado solamente en Galicia.
Palabra del Dia
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