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Actualizado: 2 de junio de 2025
Cuando me recobré del susto, lo primero que vi á mis pies fué una enorme muñeca fresca, sonrosada y en camisa. «Esta buena pieza es la que ha causado el destrozo», dije para mis adentros, lanzándole una mirada iracunda que la muñeca aparentó no comprender.
¡Qué picante eres, Flora! exclamó el zagal poniéndose colorado. ¿No ves, querido manifestó la muchacha soltando una carcajada, que con esa carita tan blanca y sonrosada va á parecer que bailo con otra mujer disfrazada? El mancebo se sintió herido en lo profundo del alma y guardó silencio.
Manzana filipina, Sonrosada, aromosa, pequeñina, Y para dar una cabal idea, De la infantil presea, Te diré los coloquios que en la infancia Sostuve con Rizal, en una estancia.
La crisis fue corta. Levantose la oradora con los ojos encendidos, pero sin que una lágrima escaldase su mejilla morena. Indignada, miró a Baltasar y lo encontró sereno, inconmovible, con su fina y sonrosada tez y sus ojos garzos y trasparentes, en los cuales se reflejaba la luz del cielo sin comunicarles calor.
Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales.
Parecíale que las rugosidades de la corteza adquirían expresión de ira y se animaban con terrible mirada. Al primer golpe, parecía la húmeda madera como sonrosada carne de ninfa. «El sacerdote lo ha permitido, pero ¿qué dirá la propia divinidad? ¿No retrocederá el hacha de pronto, para hendir el cuerpo de quien la esta manejando?»
A pesar de la edad y del juicio adquirido con ella, no vio nunca con indiferencia tales chucherías, y hoy mismo declara que cuando cae en sus manos alguno de aquellos delicados campanarios de marfil, le dan ganas de guardárselo en el seno y echar a correr. Cumplidos los quince años, era Barbarita una chica bonitísima, torneadita, fresca y sonrosada, de carácter jovial, inquieto y un tanto burlón.
Porque, aunque parezca maravilloso, increíble, D. Laureano tenía cerca de sesenta años. Nadie le supondría más de cuarenta y cuatro o cuarenta y seis. Era un hombre alto, esbelto, de cabellos negros y rizados donde sólo se advertía tal cual hebra plateada, la tez fresca y sonrosada, el pequeño bigote retorcido hacia arriba, la dentadura perfectamente conservada.
Al decir esto, la señorita Guichard señalaba á los recién casados que estaban de pie cerca de la ventana del jardín, muy cerca el uno del otro, sonrientes y radiantes, formando un precioso grupo. La joven se había quitado el velo y la corona y con el traje blanco cubierto de flores de azahar, rubia y sonrosada y los ojos animados por la alegría, era la imagen viva de la felicidad.
Sonrisa de alegría y esperanza contraía sus labios, mostrando su dentadura intachable. Su cara, que era siempre sonrosada, poníasele encendida, con verdaderos ardores de juventud en las mejillas.
Palabra del Dia
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