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Actualizado: 4 de noviembre de 2025
¡Ya lo creo! ¡ya lo creo! y lo siento.... Pero ese Obispo, ese bendito señor.... En fin, ¿qué quiere usted? indicó Glocester sonriendo con malicia.
En cambio, a la noche solía tener apetito. Eso es lo que yo no puedo atestiguar dijo Isabel, sonriendo con tristeza. ¡Claro, como que nunca me has visto comer! dijo el conde, un poco contrariado por el oculto reproche. Poquitas veces añadió la joven tímidamente. ¡Phs! murmuró D. Jenaro, levantando los hombros con indiferencia.
Doña Cristina también había perdido su primitiva inquietud al transcurrir el tiempo y se mostraba satisfecha, sonriendo modestamente ante las amigas que la felicitaban por este rasgo de independencia conyugal, para mayor gloria de Dios. El elogio del Padre Paulí valía por todos los terrores que le había hecho sufrir el gesto hosco de su marido.
Cuando usted se encuentre en el cielo decía sonriendo el P. Gil, muy arrellanadita en la silla que le corresponda, ¡qué poco se acordará de su pobre confesor, que estará padeciendo en el purgatorio! ¡No diga eso, padre! Si usted no va derecho al cielo, ¿quién ha de ir? ¡Oh, no! respondía con un suspiro el sacerdote.
Mi amor a las solteronas no me impedirá, probablemente, volver a empezar dentro de poco la ceremonia de los últimos días con otro caballero. ¿No te ha curado el señor Desmaroy de esa buena voluntad? preguntó Genoveva sonriendo. No, ese señor ha respondido simplemente a la pregunta que yo había hecho al señor Boulmet. «¿Tiene corazón?» Ha resultado que tenía más del necesario, y no ha habido más.
Créame usted, usted se acordará de mí y me dará la razon cuando tenga canas como yo, ¡canas como estas! Y el viejo abogado se cogía sus pocos cabellos blancos sonriendo tristemente y agitando la cabeza.
Divès, de pie en los estribos, con la cabeza levantada y los bigotes de punta, los miraba sonriendo, y decía: ¡Esto va bien! La refriega era terrible; el suelo se estremecía.
Mirábale, y, sonriendo regocijadamente, le pasaba las manos por la cara, gorjeaba, se bababa, y miraba con curiosidad alrededor. Extrañaba el sitio.
¡Tónica! Dijo esto con acento tan ahogado y angustioso que la joven calló, mirando en derredor, como si les amenazase un peligro. ¿Qué ocurre? Que la quiero a usted mucho; que.... ¡Ah! ¡era eso...! exclamó Tónica sonriendo . Yo también le quiero a usted como un buen amigo, como un joven formal; sobre todo como formal.
¡Anda, hijo, anda á la cama en seguida!... No pensé que te hacía daño también el vino... Ya no queda en Cádiz más hombre que yo... Prosiguió el majo su camino mientras el tío de Frasquito, retorciéndose de risa, intentaba en vano meter la llave en la cerradura de su casa. Así estuvo largo rato hasta que pasó el sereno y le dijo sonriendo: ¡Pero señó Rafael, si está usted engañado!
Palabra del Dia
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