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Actualizado: 28 de julio de 2025


Lo empujé cariñosamente. Acuéstate un momento... estás mal. Vezzera se recostó en mi cama y cruzó sus dos manos sobre la frente. Pasó un largo rato en silencio. De pronto me llegó su voz, lenta: ¿Sabes lo que te iba a decir?... Que no querías que María se enamorara de ti... Por eso no ibas. ¡Qué estúpido! me sonreí. , estúpido! ¡Todo, todo lo que quieras! Quedamos mudos otra vez.

Dicho y hecho. Me quedé en Zenda y desde el andén vi a la señora de Maubán, que evidentemente iba sin detenerse hasta Estrelsau, donde por lo visto contaba o esperaba conseguir el alojamiento que yo no había tenido la previsión de procurarme de antemano. Me sonreí al pensar en la sorpresa de Jorge Federly si hubiera llegado a saber que ella y yo habíamos viajado tanto tiempo en buena compañía.

¡Ábrala usted! exclamó Dechard. ¡Se abre hacia fuera! ¡Qué diantres, Bersonín gritó impaciente Dechard. ¿Tienes miedo a un hombre solo? Me sonreí al oírle y en el mismo instante se abrió la puerta violentamente. La luz de una linterna me mostró a los tres rufianes agrupados en el umbral y apuntando con sus revólvers. Lancé un grito y me precipité sobre ellos a la carrera.

Isabel y Villa no se habían separado. Consideré con tristeza al pobre comandante, preso de nuevo en las redes de aquel amor imposible, cuando Joaquinita se me acercó diciendo: ¿Mira usted a Villa? ¿Verdad que parece imposible que un hombre formal se ponga en ridículo hasta ese punto? Me encogí de hombros y sonreí. ¡Ponerse en ridículo! ¿Qué le importa al que ama de veras ponerse en ridículo?

¡Hum! me sonreí Sería muy largo, infinitamente largo de contar... En fin, me voy. María Elvira fijó aún los ojos en , y su expresión, preocupada y atenta, se tornó sombría. Concluyamos, me dije. Y adelánteme: Bueno, María Elvira... Me tendió lentamente la mano, una mano fría y húmeda, de jaqueca. Antes de irse me dijo ¿no me quiere decir por qué se va? Su voz había bajado un tono.

No me siento hoy muy bien. ¿Es que le ha dao calabasas la novia? Aquella pregunta, hecha sin duda alguna al sabor de la boca, me causó una extraña y profunda impresión. Debí de ponerme como una cereza, y sonreí forzadamente. Joaquinita soltó la carcajada. Vaya, he dao en el clavo sin saberlo.

El padrastrillo, quebrantado a su vez, habló vagamente de desmoronamiento, tierra blanda, prefiriendo para un momento de mayor calma la solución verdadera, mientras la pobre mamá no se percataba de la horrible infección de tabaco que exhalaba su suicida. Abrí al fin los ojos, me sonreí y volví a dormirme, esta vez honrada y profundamente. Tarde ya, el tío Alfonso me despertó.

Vamos, Pepita, no se ruborice usted, porque una debilidad la tiene cualquiera. Si usted no está enamorada de , ¿por qué espera usted todas las noches a la ventana para verme pasar cuando me retiro a dormir? ¡Yo! Vaya, hoy se le ha subido San Telmo a la gavia. Este señor ha tomado algunas cañitas, ¿verdad usted? Sonreí haciendo una mueca, por no saber qué responder.

Fui reconocido y aclamado cordialmente, y a pesar de mis temores y tristezas, me sonreí al notar la frialdad y altivez con que me recibió mi amada. Había oído ya que el Rey se proponía salir de Estrelsau para ir de caza. Siento que no podamos divertir a Vuestra Majestad lo suficiente para retenerle en la capital dijo golpeando ligeramente el suelo con el pie.

Me sonreí con cierto aire de incredulidad, pareciéndome muchos caballos, pero más adelante quedó fijada la veracidad de la cifra por las notas conservadas por el Alcalde. Pasado el cañadulzal, empiezan á verse tubiganes ó sean terrenos regadíos, labrados y escalonados, en los que se siembra el arroz y en los que vimos grandes bandadas de garzas blancas.

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