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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Mas de pronto, comprendí que yo era desde aquel momento como una encarnación de lo sobrenatural, recibiendo de ella mi fuerza y sus atributos. No podía considerarme como un hombre, rebajándome con explicaciones humanas. Para no interrumpir la línea hierática de mi indiferencia, me abstuve de ir a sollozar de alegría, como me lo pedía el alma, sobre el vasto seno de la viuda de Marques.

Su primer cuidado fue alejar a las mujeres que la rodeaban; después me dijo: «No le hable de mi desmayo.» Y cuando él se lanzó hacia ella con el rostro pálido, Gertrudis se mostró muy alegre en apariencia y le dijo: «Me hace daño el zapato; nada más.» ¿Y entonces? Entonces se la llevó. Pero alcancé a ver que se ponía a sollozar escondiendo la cara en el hombro de su marido.

Al pronunciar las últimas palabras se llevó las manos a la cara y comenzó a sollozar. El P. Gil la contempló un momento con ojos severos. Lo que acaba de decir es una gran impiedad, tanto más grande y abominable, cuanto que sale de una boca que va a pronunciar muy pronto votos sagrados. Perdón, padre... Son sueños nada más.

Al pronunciar estas palabras se quedó mirándola con una atención ansiosa, húmedos los ojos, haciendo esfuerzos heroicos por no romper a sollozar. Esta revelación produjo en Clementina asombro y duda al mismo tiempo. Permaneció inmóvil y muda mirándole también fijamente.

¡Qué les habrá hecho mi pobre hija! exclamaba con voz temblorosa, próximo a sollozar. Fernanda se había retirado a su habitación temprano y se había metido en la cama. Si la sorprendió la algazara que sonaba en la calle o contaba ya con ella, no es fácil saberlo.

Había sido preciso todo el ascendiente moral que ejercía sobre ella su bienhechora, y un poco, también, la violencia material, para impedirla saltar del coche cuando había visto aparecer á Clementina en lugar de su marido. Clementina tuvo necesidad de cogerla por la cintura, sin dejar de dirigirle los más violentos reproches. Hasta París, Herminia no había hecho más que sollozar.

El viejo Hellinger palideció y su mujer se puso a gritar y sollozar: se aferraba al brazo del doctor y quería saber lo que había sucedido, pero éste no decía una palabra más. Así subieron los tres la escalera que conducía al cuarto de Olga, mientras que en el vestíbulo los sirvientes se reunían y los contemplaban curiosamente con los ojos muy abiertos.

Dejó caer los pinceles, y reclinando su tonsurada cabeza sobre los brazos, empezó a sollozar amargamente. Sus lágrimas cayeron sobre el pergamino, manchándolo lastimosamente y haciendo más borrones en sus malogrados dibujos. ¡Cuántos días pasó Fray Baltasar en aquel amargo estado de ánimo! ¡Cuántas noches sin pegar los ojos!

La mujer, que al principio los acogiera con marcada hostilidad, ante la mirada dulce y serena y las palabras sinceras de Hojeda, se fue poco a poco suavizando. Al fin, cuando éste le recordó con tono afectuoso los deberes que tenía para con sus hijos, aquellas infelices criaturas, sin otro amparo en el mundo que ella, rompió a sollozar.

¡Me muero, María!... ¡Me muero!... Te saliste con la tuya... No es en el hospital, pero es de caridad... En la fonda. ¿Y qué importa?... Más cerca del cielo está la cama de un hospital que la de un palacio. Diógenes calló sollozando, y la marquesa fue a dar otro paso adelante; mas el moribundo, sin dejar de sollozar, preguntó entonces: ¿Y Monina? Abajo está... ¿Quieres verla?...

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