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Aun sin el ejemplo que él ponía, se echaba de ver bien pronto que lo que le faltaba al reluciente don Mauricio, eran ideas para construir y exornar sus malogrados discursos. Para «romper a hablar», se iba inflando poco a poco, como el pavo antes de hacer las gárgaras; y, entonces, el hombre, que ya era «de por », corto de cuello, daba en el pecho con la barbilla y en las orejas con los hombros.

Arrepentido de su inevitable alegría, el paisano sacudió la cabeza a guisa de oración fúnebre, se echó hacia atrás en la silla, sacó la petaca y se dispuso a fumar un cigarro a la memoria de aquellos malogrados jóvenes.

Con un rápido movimiento del compás trazó Tapón una esfera limpia y correcta, con la luna en su plenilunio. ¡Magnífico!... Redonda era como el mundo... Parecía una carita... ¡Justo!..., una carita... Igual, idéntica a la de madame Dous, la tendera que vendía pelotas en los portales de Bayona. ¡Qué casualidad!... Tapón marcó con mucha habilidad dos puntos para tomar los radios con que había de trazar dos arcos que se cortasen, y se afirmó en su creencia... Aquellos dos puntitos parecían, sin duda alguna, los ojos de madame Dous, redondos, pequeños, abiertos como con un punzón... El parecido era exacto: tan sólo le faltaba el moñito en lo alto de la cabeza, y para que nada le faltase, pintó Tapón a la esfera un moñito en la parte superior; dibujóle luego unas narices en el punto en que debieron encontrarse los dos malogrados arcos, púsole por debajo una boca bigotuda, añadióle después dos orejas con pendientes, y en menos de un cuarto de hora encontró la cara de madame Dous, en vez de encontrar el radio de la esfera.

Y no hay que pensar en el remedio de lo que ha sucedido, que no le tiene; que mi señora no cesará hasta que casado os vea con doña Margarita, y veros casado con ella, para ella será la muerte; que no podrá resistir al desesperado dolor de sus amores malogrados; que aunque yo no entienda cómo tan presto han llegado a pasión mortal estos amores malhadados, tales son para mi señora, que mataranla perdidos y sin esperanza de ser logrados.

Dejó caer los pinceles, y reclinando su tonsurada cabeza sobre los brazos, empezó a sollozar amargamente. Sus lágrimas cayeron sobre el pergamino, manchándolo lastimosamente y haciendo más borrones en sus malogrados dibujos. ¡Cuántos días pasó Fray Baltasar en aquel amargo estado de ánimo! ¡Cuántas noches sin pegar los ojos!

Dime lo que dicen alma y fama. ALBOR. ¡Oh ilustre y generoso decendiente De aquellos malogrados Bencerrajes Por su valor y envidia juntamente! ¡Oh reliquia de aquellos dos linajes! ¡Oh fénix de su muerte, sangre y fuego, Porque mejor de los aromas bajes! No es tu padre el alcaide de Cartama, Que, puesto que es tan noble, fué Selimo, Pero el Alcaide, como ves, me llama. No puedo detenerme.

Los italianos le merecían no menos simpatía, porque acataban en ella cierta superioridad, viéndola gastar y vivir mejor que los otros, y la llamaban «señora». Sus cariños malogrados de hembra infecunda iban hacia todos los niños de diversas nacionalidades que vivían cerca de ella, tratándolos con varonil dureza de palabra al mismo tiempo que los cuidaba y acariciaba.