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Actualizado: 29 de junio de 2025
Pero siendo la primera impresión la que más le dominó, echóse á la calle con ella, llegó al corro de bolos, pagó media á los jugadores ... y metió al alcalde en un zapato como quien dice, en cuanto oyó, vió y palpó el reyezuelo que el solariego se carteaba con señorones.
Y no entro con ellos en pelea para decirles cuatro cosas que se me vienen á las mientes, porque tal vez lo vaya haciendo insensiblemente, y, sobre todo, porque me llaman al orden los asuntos del mayorazgo, los tacos de sus dos mozos de labranza, y los aspavientos de su ama, á causa de que, con sus recientes ilusiones, el solariego descuida el caballo, no siega nunca el retoño, deja todo el peso de la labranza á los criados y no habla más que de Madrid y de su amigote.
Andando así, hablé al solariego de sus obras, declarándole honradamente que no las había leído. No me extraña ni me duele me contestó , porque otros hay con más obligación que usted de conocerlas, y ni siquiera saben que están escritas, ni que sea yo capaz de escribir libros. Andan así las cosas, y ya se irán arreglando de otro modo, si Dios quiere.
Una hora después nos desayunábamos en el comedor en compañía del solariego, no tan elegante como por la noche pero pulcro y aseado y mucho mejor vestido que cuando segaba.
De seguro que no hubiera consentido esa señora rimeros de libracos viejos y apolillados sobre el sofá de damasco rojo, ni un banco de roble tallado entre dos sillas de reps verde, ni dos pedruscos célticos y una escombrera de cascotes romanos encima del banco de roble y de la consola de nogal, no obstante ser los unos y los otros buena presa del solariego en sus incesantes exploraciones arqueológicas en aquellas comarcas y sus aledaños; ni una escopeta detrás de la puerta del balcón, ni una colodra colgada de un retrato.
Entró, y mientras yo me aviaba, le referí minuciosamente lo del sueño, después de haberle enseñado desde el cuarterón al solariego en la pradera. Le interesó el relato de mi pesadilla; pero no le sorprendió lo más mínimo ver al caballero segando y tan de mañana, porque le tenía bien conocido y sabía que madrugaba más que el sol.
Hombres asistían pocos y eran los que celebraban con algazara, los donaires del humorista mayordomo. Se hallaba éste de vena esta noche, sin duda como residuo de la alegría de la tarde y de los vasos de sidra que tenía entre pecho y espalda, cuando de pronto retumbaron en el gran caserón solariego dos fuertes aldabonazos. Todos levantaron con sorpresa la cabeza.
Aquí llegaba el de la corte con sus meditaciones sin notar que el sol había apagado su último reflejo, y que, por ende, la noche había dejado su habitación envuelta en la más impenetrable obscuridad, cuando un ruido estrepitoso, sobre el techo de la alcoba, le hizo dar un salto en la silla y buscar en seguida, á tientas y acelerado, la puerta, pensando que se hundía el tejado solariego.
Don Manuel había estado en América dos años, y esta interrogación expresiva ¿no?, importada de aquel mundo joven, la usaba todavía en ciertos momentos. Se miraron con sorpresa sus dos contertulios, y ambos dijeron que «sí» varias veces, en contestación a aquel «no» interrogante. Vamos a ver indagó el solariego, que parecía un resucitado : a ustedes ¿qué les parece de mi hermana?
El suelo se humedecía cada vez más, porque el sol no tenía fuerza bastante para enjugarle después de los chubascos, cada día más fuertes y más frecuentes; las noches eran eternas, y sólo un sueño como los que últimamente dormía el de Madrid, era capaz de hacérselas pasar medio á gusto entre los silbidos del vendaval que penetraba fino y cortante por cada rendija de las innumerables que tenían las puertas exteriores del solariego palomar; las lumbradas que hacía el ama en la cocina solamente las soportaban ella y don Silvestre, acostumbrados á su calor desde la infancia: el forastero se abrasaba acercándose al fuego, y retirándose de él se le helaban las espaldas con el gris que corría en aquel inmenso páramo.
Palabra del Dia
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