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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Así permaneció inmóvil, con los ojos desmesuradamente abiertos en la oscuridad, sin sentir el frío que le penetraba hasta los huesos ni el agua de los chubascos que le bañaba a intervalos la cabeza, no pudiendo determinar si el rumor que le ensordecía y le mareaba era realmente el de las olas o sonaba tan sólo en su cerebro.

Las nubes pesan amontonadas sobre las colinas que cierran el horizonte por el Norte, y ocultan las altas montañas de Lorrín que se extienden como una cortina lejana por el Oeste. Han caído fuertes chubascos que convirtieron en laguna la parte baja de la ciudad y en lodazales las carreteras que de ella parten.

Después de recibir encima del cuerpo chubascos y más chubascos que nos empaparon hasta los huesos, dimos vista a Lanzarote. Se revelaba la isla como un nubarrón sobre el mar. Nos acercamos llenos de esperanzas, cuando un demonio de cutter velero nos dió el alto disparándonos un cañonazo. Era imposible resistir. El capitán mandó atar un pañuelo blanco en un remo, en señal de que nos rendíamos.

Concluyóse por fin el mercado, y mientras el fresco matrimonio se instalaba en su rancho, Cayé cargaba concienzudamente su 44, para dirigirse a concluir la tarde lluviosa tomando mate con aquellos. El otoño finalizaba, y el cielo, fijo en sequía con chubascos de cinco minutos, se descomponía por fin en mal tiempo constante, cuya humedad hinchaba el hombro de los mensú.

El éxito de la fructificación, sobre todo en pequeñas plantas, es debido sin duda alguna á las magníficas condiciones de su cielo, combinadas con la manera de ser de su suelo. Las alturas de la isla de Guajan, por su aislamiento en medio del Océano, son un punto de atracción al cual afluyen las nubes vertiendo sus aguas los frecuentes chubascos que se forman en aquellas latitudes.

De un lado el pesado champan, barca toldada de palmas secas, de 20 á 50 metros de longitud y dos ó tres de anchura especie de choza flotante, y montado por multitud de bogas que gritan atrozmente y parecen una legion de salvajes del desierto; ó bien la miserable ramada indígena, expuesta á la cólera de los vientos, las invasiones de los reptiles y las fieras, ó los chubascos de las tempestades de invierno, con un menaje tan extravagante como pobre, y abrigando familias de salvaje fisonomía, fruto del cruzamiento de dos ó tres razas diferentes, y para las cuales el cristianismo es una mezcla informe de impiedad é idolatría, la ley un embrollo incomprensible, la civilizacion una niebla espesa, y lo porvenir como lo presente y lo pasado se confunden en una igual situacion de sopor, indolencia y brutalidad!

Se encuentra en actividad y es difícil verlo despejado de nubes, las cuales lo ocultan casi constantemente, efecto de su gran altura, proximidad á los focos de grandes emanaciones y atracción que ejerce sobre los frecuentes chubascos que vierten sobre la provincia de Albay.

A las nueve fui a buscarla a casa de Jacoba. Ya te lo habrá dicho ella. Me pasé allí cerca de dos horas. Y como si el diablo quisiera mortificarnos, la criatura chillaba sin cesar... , , ya todo eso... ¿Y luego? ¡Qué noche! Los chubascos se repetían sin cesar. Las calles estaban perdidas, sobre todo por aquellos barrios extraviados.

Las nueve era la hora señalada para la salida de la luna, la cual nos marcó su influencia con fuertes chubascos del Nordeste. El barómetro señalaba 29,35. En pocas horas había bajado 65 centésimas. La observación del barómetro, la dirección de los chubascos y el cariz en general, nos patentizaban que el destructor tifón pronto nos envolvería en alguno de los anillos de sus espirales zonas.

El suelo se humedecía cada vez más, porque el sol no tenía fuerza bastante para enjugarle después de los chubascos, cada día más fuertes y más frecuentes; las noches eran eternas, y sólo un sueño como los que últimamente dormía el de Madrid, era capaz de hacérselas pasar medio á gusto entre los silbidos del vendaval que penetraba fino y cortante por cada rendija de las innumerables que tenían las puertas exteriores del solariego palomar; las lumbradas que hacía el ama en la cocina solamente las soportaban ella y don Silvestre, acostumbrados á su calor desde la infancia: el forastero se abrasaba acercándose al fuego, y retirándose de él se le helaban las espaldas con el gris que corría en aquel inmenso páramo.

Palabra del Dia

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