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Actualizado: 23 de junio de 2025


El segundo canto del poema comenzó en seguida de retirarse a su cuarto de la fonda. Entrar y despedir a la doncella, todo fue uno. Sonaron las dos de la madrugada. Tosió; ahora era ella la que tosía. La puertecilla de comunicación se abrió al momento. Y así sucesivamente muchos días. Cristeta estaba muy contenta.

Cuando en el reloj cercano sonaron las tres, el pobre muchacho tenía ya la cabeza pesada, la vista insegura, y su hermoso busto, inclinado aún hacia la mesa, aparecía envuelto en una nube de humo que habían dejado en la atmósfera del cuarto los pitillos consumidos, cuya ceniza, movida por la respiración, revoloteaba sobre las hojas de los libros.

Maltrana predicaba sobriedad y buenas costumbres en un grupo de jóvenes. Después de las locuras de la noche anterior, había que acostarse temprano: así que terminase la fiesta. No debían abusar del pobre cuerpo. Sonaron varios trompetazos anunciando el baile, y poco después la orquesta rompió a tocar un vals en el comedor, todavía desierto.

Como una resurrección de aquella lucha recordada por el doctor, sonaron varias cornetas en las alturas inmediatas al camino, tembló la tierra con sorda trepidación y estallaron varias detonaciones entre nubes de polvo rojo y piedras por el aire.

No importa, guardadlo le contesté . Don Rodrigo lo tomó, y dijo: Lo guardaré como un testimonio de honra mientras viva, y después de muerto, si para entonces tengo hijos, se lo legaré como una reliquia . Todo esto fué dicho con respeto, en estilo cortesano, con dignidad y con un grave acento de lealtad; poco después sonaron bocinas y ladridos de perros, y voces que gritaban: ¡El jabalí! ¡el jabalí!

Después iremos a Palermo a tomar el yate que mi primo Martholl Grainville pone a nuestra disposición para dar un paseo por el Adriático. Pero la joven no tuvo tiempo de aprobar este programa. El ruido de un carruaje que penetraba bajo el pórtico del hotel la inquietó. ¿Qué es eso? exclamó levantándose. Casi inmediatamente sonaron las campanillas eléctricas y voces, en el silencio de la casa.

Fuera de la granja sonaron las notas chillonas de las trompetas de los arcángeles tocando llamada, y los rubios soldados de la escolta divina descendieron de los árboles con tal violencia, que no dejaron en ellos fruto ni hoja. Una nube de langosta no lo hubiese hecho peor.

El jardinero indicó dónde estaban, y con no menor sorpresa y asombro los vieron los muslimes, a pesar de la obscura frondosidad en que ellos se encubrían. Sonaron entonces los clarines y cundió la alarma por todo el parque y el alcázar. A la entrada de este y en algunas de sus ventanas, había mosquetes, puestos sobre firmes horquillas y previamente cargados.

Cuando hubieron sosegado un poco y se limpiaron las lágrimas y se sonaron estrepitosamente con un pañuelo de hierbas, Paco, que gozaba viéndolas tan alegres, les preguntó: Pero vamos, ¿cuándo lo habéis comprado, el Salvador, que yo no lo he visto hasta ahora? Estaba en el cuarto de Nuncia, mi alma; pero allí no estaba bien, porque tropezaba la cama en él, y lo hemos traído.

A sus espaldas sonaron lamentos. «Adiós, hijos míos... Adiós, vida... Yo no quiero morir... ¡no quiero morir!...» Los dos hombres sintieron la necesidad de decir algo, de cerrar la página de su existencia con una afirmación. ¡Viva la República! gritó el alcalde. ¡Viva Francia! dijo el cura. Desnoyers creyó que ambos habían gritado lo mismo.

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