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Veo que no es flojo tu trabajo. ¡Lo feo y lo bonito! Ahí es nada... ¿Te ocupas de eso?... Dime, ¿sabes leer? No, señor. Si yo no sirvo para nada. Decía esto en el tono más convincente, y el gesto de que acompañaba su firme protesta parecía añadir: «Es usted un majadero en suponer que yo sirvo para algo.» ¿No verías con gusto que tu amito recibía de Dios el don de la vista?

La Nela no contestó nada. Yo te conocí gozosa y al parecer satisfecha de la vida, hace algunos días. ¿Por qué de la noche a la mañana te has vuelto loca?... Quería ir con mi madre repuso la Nela, después de vacilar un instante . No quería vivir más. Yo no sirvo para nada. ¿De qué sirvo yo? ¿No vale más que me muera? Si Dios no quiere que me muera, me moriré yo misma por mi misma voluntad.

Déjame acabar: lo que no pasa, es que tengas disgustos, que estés apesadumbrado y me lo calles. ¿Tan tonta soy, que no sirvo para decirte ni una palabra de consuelo? ¿Y qué tiene que ver esta ternura, alma mía, con el descubrimiento? Pues no puede estar más a la vista.

Afirmóse sobre sus plantas aquel hombre, y clavó sus ojos en Quevedo. ¡Ah! ¡es vuesa merced! Yo te daba ahorcado. Y yo á vuesa merced desterrado. Pues encuéntrome en mi tierra. Y yo sobre mis canillas. ¡Gran milagro! Sirvo á buen amo. ¿A su excelencia?... Decís bien: porque sirvo á don Rodrigo Calderón... ¡Criado del duque de Lerma!¿conque eres?... Medio lacayo... Medio requiem... Decís bien.

¿Y quién le ha enseñado esa lección? Excelentísimo señor, yo. ¡Vos! ¿Pero á quién servís? Me sirvo á mismo. Pero si el rey dice que ha hablado con el duque de Uceda... Y tiene razón; como que yo le he metido al duque de Uceda en su recámara. Venid, venid conmigo, bufón, y hablemos donde de nadie podamos ser escuchados. Eso quiero yo. Seguidme. No por cierto.

Ejerzo una profesión que no es de las más regocijadas; hay en ella momentos desagradables... ¡Pero no sirvo mas que para esto...! La costumbre nos hace indiferentes a todas las náuseas... Sea como fuere, tengo el pan seguro para y para mis hijos. Usted me ha ofrecido buenos consejos, que, por desgracia, llegaron un poco tarde.

Y arrojándose desnuda, sin miedo al frío, en una butaca, rompía a llorar, furiosa; a llorar sin lágrimas, como los niños mimados, y gritaba: «¡Yo no quiero! ¡Yo no puedo! ¡Yo no sirvo!».

Dime le preguntó Golfín ¿ vives en las minas? ¿Eres hija de algún empleado de esta posesión? Dicen que no tengo madre ni padre. ¡Pobrecita! trabajarás en las minas.... No, señor. Yo no sirvo para nada replicó sin alzar del suelo los ojos. Pues a fe que tienes modestia. Teodoro se inclinó para mirarle el rostro. Este era delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduzcas.

Puesto que Dios lo quiere, aquí hemos de morir los dos. Por nada me importa: soy un viejo y no sirvo para maldita la cosa... Pero ... eres un niño, y...» Al decir esto su voz se hizo ininteligible por la emoción y la ronquera. Poco después le claramente estas palabras: « no tienes pecados, porque eres un niño.

Recordaba que había tenido esa intención, pero la habían hecho traición sus fuerzas. Después pensó: "Ha debido encontrarme degenerada. ¡Y estaba irónico, el muy ... ¡Bien se ha burlado de ! ¡Oh! yo tendré mi desquite y le enseñaré que todavía sirvo para darle una lección. Pero, ahora, ¿qué hacer?... ¡Ante todo, no quedar bajo el peso de esta derrota!..."