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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Sin embargo, doña Alvarez, que había aprendido su oficio en las grandes casas de Madrid, solía dirigirla, ante los extraños, severos apercibimientos, que ella escuchaba con mohín mentiroso de enfado, comprendiendo que todo aquello contribuía a presentarla como una joya delicadísima, como un ser exquisito y precioso rodeado de las más atildadas precauciones.
Entonces tal vez su nombre brillaría hoy en la Historia como la fundadora de una secta religiosa á par de Ana Hutchinson: quizás habría sido una especie de profetisa; pero probablemente los severos tribunales de la época la habrían condenado á muerte por intentar destruir los fundamentos en que descansaba la colonia puritana.
Aún hoy, después que he visto pasar por la tribuna tantos y tan admirables hombres, me parece que los de aquel día fueron los más elocuentes, los más sublimes, los más severos, los más superiores entre todos los que han fatigado con sus palabras la atención de la madre España. ¡Qué claridad la de aquel día! ¡Qué oscuridades después, dentro y fuera de aquel mismo recinto, unas veces teatro, otras iglesia, otras sala, pues la soberanía de la nación tardó mucho en tener casa propia!
La ciudad, que es antiquísima y curiosa, demora sobre una áspera montaña entre grandes y severos peñascos y dominando las márgenes de los ríos Charenta y Touvre que tienen allí su confluencia. Son muy afamadas sus fábricas de papel. Entre sus pocos monumentos el mas notable es el hermoso puente de piedra sobre el Charenta.
Allí no se encuentran los relieves ni los aspectos severos de los Alpes; todo es risueño, suave y onduloso; el camino es literalmente una calle de verdura, que gira entre verjeles, prados floridos, murmurantes arroyos y tupidos bosques ricos en aroma y frescura.
Y ¡cosa extraña! los severos críticos, que censuran tan agriamente en Shakespeare las faltas más insignificantes, contrarias á la verdad local ó de tiempo, guardan completo silencio sobre ésta. Ya dijimos antes que, por lo que hace á la exposición y al lenguaje dramático, toda la obra del poeta francés carece de animación y de vida, y de elevación poética.
Teobaldo le dijo; lo sé todo; acusaba a usted de injusto y de riguroso, cuando no hacía otra cosa que cumplir dignamente los severos deberes de una santa amistad. Perdóneme, amigo mío... Y Juanita le tendió la mano. Hubo entonces un momento en que aquel prelado, de fisonomía impasible, de facciones duras y severas, no pudo contener su emoción, y asomaron a sus ojos abundantes lágrimas.
Al pronunciar las últimas palabras se llevó las manos a la cara y comenzó a sollozar. El P. Gil la contempló un momento con ojos severos. Lo que acaba de decir es una gran impiedad, tanto más grande y abominable, cuanto que sale de una boca que va a pronunciar muy pronto votos sagrados. Perdón, padre... Son sueños nada más.
Se saludaron con efusión y se contaron su vida. Mendoza aconsejó a su amigo que fuese por la Universidad, porque era muy fácil perder curso; los profesores tenían fama de severos; las asignaturas eran largas y difíciles, y acostumbraban a apretar más a los que no asistían a clase.
Estos varones severos no incurren casi nunca en la torpeza de averiguar lo que no les conviene. La distracción, el andar siempre por los espacios imaginarios suele traer muchos provechos. Otros, por último: Ya verán ustedes cómo el pobrecito don Braulio adelanta en su carrera y llega a ser personaje. Su mujer hará que suba.
Palabra del Dia
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