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Aunque era en el mes de agosto, Marta y las amigas sintieron frío repentino en el claustro y corrieron a refugiarse en la iglesia, donde don Serapio, acompañado del órgano, degollaba la hermosa plegaria de Stradella. Esperose algún tiempo, con grandes ímpetus de curiosidad. Nadie atendía a la cascada voz del fabricante de conservas.

Don Serapio sintiose acometido nuevamente de un rapto marítimo, y sujetando el sombrero con una mano y accionando dramáticamente con la otra, cantó: Dichoso aquel que tiene su casa a flote y a quien el mar le mece su camarote.

Una de las señoritas de Delgado se llevó el pañuelo a los ojos, declarando en voz baja a los que estaban cerca que desde hacía poco tiempo se le saltaban las lágrimas por cualquier cosa. ¡Qué majadero es este don Serapio! Con tanto mover la frente se le va a correr hacia atrás el peluquín. No seas malo, Ricardo; ten un poco de caridad y déjale al pobre que goce sin ofender a Dios ni al prójimo.

En torno de sus ojos claros y brillantes se observaba un leve círculo morado que prestaba a su rostro cierta tintura poética. Ya verá usted, Suárez, qué modo de cantar tiene esta chica dijo una señora. Lo celebraré, porque este señor don Serapio me había descompuesto los oídos para una temporada. ¡Oh, María es una profesora! Lo que reconozco por ahora es que tiene una figura preciosa.

Bueno, bueno..., más vale así... Yo creía, sin embargo... Ambos guardaron silencio buen espacio. Ricardo lo rompió diciendo: Cuando acabe don Serapio te van a hacer cantar a ti; estoy seguro... Todos ganarán en ello menos yo... ¿Pues?

Las señoras y los caballeros se estrecharon aún más, formando grupo, y empezaron a cuchichear animadamente, proponiendo cada cual una pregunta. Al fin quedaron acordes en preguntarle si gastaba bisoñé. ¿Eeeeh? gritó el coro prolongando la nota. respondió el infeliz don Serapio. La respuesta fue acogida con ruido y alegría que hicieron temblar al fabricante de conservas.

Parecía que don Serapio y él habían trabado un pugilato tremendo, un duelo a muerte, cuyas estrepitosas consecuencias recaían sobre las orejas de los fieles. Pero el órgano se reía con todo descaro del fabricante.

Lo cierto es que lo estás, pues de otro modo no tiene explicación el tono displicente con que me respondes hace rato. Es una suspicacia tuya. Te respondo como siempre. Ricardo contempló en silencio a su novia, que separó la vista fijándola en don Serapio. Podrá ser; pero no lo veo claro.

Don Mariano, rodeado de sus amigos, paseaba y discutía, parándose a menudo a exponer alguna razón intrincada y siguiendo después su paseo con las manos atrás. A don Serapio le tocó decir tres veces y tres veces no, y, en consecuencia, se retiró a uno de los rincones, mirando a la pared.

¡Siempre tan linda como discreta! manifestó el cantante inclinándose hasta el suelo. Comenzó a preludiar el piano. Don Serapio, antes de emitir nota alguna, arqueó repetidas veces las cejas y estiró cuanto pudo el cuello en señal de asentimiento. Pasaba de los cincuenta, aunque las pomadas, tinturas y cosméticos le diesen aspecto de joven a cierta distancia.