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Actualizado: 4 de junio de 2025


Así sucede, particularmente, con La corsaria catalana, drama muy notable y abundante en rasgos de verdadero ingenio. La protagonista Leonarda, mujer de raras prendas de toda especie, pero apasionada y sensual, seducida por un astuto libertino, determina abandonar á sus padres y á su novio.

Marta escanciaba y seguía contemplándole con sus grandes ojos serenos, por donde resbalaba una leve sonrisa de complacencia sensual. Parecía que era ella la que se estaba atracando. Mira, chica, haz el favor de comer también, porque me da pena verte. Parece que te han castigado... La niña no tenía apetito y se negó a tomar el plato que le presentó.

Y además de la caridad, no qué más íntimo, más humano, más sensual. Comprendía que quedaba algún licor en la copa de su deseo. Era joven, había crecido entre privaciones, tenía el corazón virgen, y le había consagrado sin saberlo á dos mujeres. Don Juan había salido á la ventura. No sabía dónde ir.

Es preciso evitar a toda costa que Ana sepa que yo, en momento de ceguera intelectual y sensual fuí capaz de solicitar los favores de esa scortum, como las llama don Saturnino. Pero ¿por qué ha de saber Ana eso? Si, después de todo, no hay nada que saber.... ; lo que hay basta para clavarle un puñal a la pobrecita.

Cuando se libró de los lazos que el duque de Campoverde y otros amigos le tendieron, valiéndose de María Antonia Fernández, alias la Caramba, hizo lo que hizo por su delicadeza de sentimientos y por repugnancia a toda sensual grosería, sin pensar en la buena fama que ganaba.

Su tez era cada día más fina, más tersa, más nacarada. Era un milagro de la naturaleza. Y sobre aquella tez lucían sus grandes ojos negros sombríos, salvajes, con un fuego misterioso y sensual. Sus cabellos, que daban en azules de tan negros, caían ondeados sobre la frente ocultándola a medias. Su garganta, amasada con leche y rosas, pedía a gritos el homenaje de los labios.

De vez en cuando se dirigían al manantial con pie rápido, bajaban las escalerillas, pedían un vaso de agua y se lo bebían ansiosamente, cerrando los ojos con cierto deleite sensual que despertaba en su cuerpo la esperanza de la salud. ¿Se ha bebido mucho ya, madre? dijo mi patrón asomándose a la baranda del hoyo.

Su entrada produjo movimiento, pero no tanto como la del duque de Requena. Este, cuyo rostro carnoso, sensual, no podía ocultar el desprecio que aquella asamblea le inspiraba, corrió a él sin embargo, y le saludó con rendimiento y servilismo sorprendentes, teniendo en cuenta la rusticidad y grosería con que generalmente se comportaba en el trato social.

Era ninfa de apoteosis zarzuelesca, profanada por el carmín barato, los polvos de arroz y el arrebol; aprisionadas las formas en lascivas mallas; pero en su rostro no se dibujaba la sonrisa forzadamente sensual de la comiquilla aventurera. No estaba provocativa y desapudorada, sino bellísima y muy seria.

Las rosetas encarnadas de sus pómulos así lo decían; el brillo inusitado de los ojos también lo pregonaba. Tenía los labios secos y las ventanas de la nariz sonrosadas y más abiertas que de ordinario. La cándida frente estaba surcada por una leve y prolongada arruga que anunciaba el vivo deseo, el ansia inquieta y sensual que debajo de ella se ocultaba.

Palabra del Dia

rigoleto

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