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El padre Aliaga detuvo su paseo y miró á las vidrieras. Ya obscurece dijo y el bufón no ha venido... ¡el tío Manolillo! acaso el tío Manolillo pudiera darme alguna luz. ¿Se puede hablar con vuestra señoría? dijo á la puerta el bufón, como si le hubiera evocado el pensamiento del padre Aliaga. Entrad, entrad dijo con mal encubierta ansiedad el padre Aliaga ; ¡cuánto habéis tardado!

Con todo eso yo no lo creo, solo envié dicho papel, como antes dije á Vuestra Señoria Reverendísima, para que se entretuviese en el viage, para lo cual cualquier patraña sirve; pero esta no deja de tener su apariencia de verdad. Desde la ciudad de Buenos Aires hasta la de los Césares, que por otro nombre llaman la Ciudad Encantada, por el P. Tomas Falkner, jesuita.

Es mucho cuento este que tengamos aquí taller de modista para su señoría... Y dime una cosa, ¿qué vestidos le has hecho a los niños, que ayer llamaban la atención en la plaza de Oriente?». ¡Llamando la atención! , llamando la atención... por bien vestidos... Menos mal que sea por eso.

Venga vuestra señoría conmigo; cabalmente doña Clara, según me ha dicho su dueña, no está de servicio. Vamos, pues dijo el padre Aliaga. Ruy Soto encendió una lámpara de mano, abrió una puertecilla y subió por una escalera de caracol. El padre Aliaga le siguió. Poco después Ruy Soto llamaba á la puerta del cuarto de doña Clara, y daba el recado del padre Aliaga.

EL GITANO. Nunca me perdonaría el hacer esperar a su señoría. Adiós, amigo mío. EL SACERDOTE. Aun no le dejo. BLASILLO. Adiós, comandante; usted será vengado, pero de una manera terrible; todo ese populacho pagará lo que hace. Ahora, muera usted; porque yo puedo presenciar su muerte sin palidecer. JUANA. .¡Virgen Santa! ¡sabes que ese joven de los ojos ardientes ha hablado al gitano!

Lo cierto es que D. Acisclo había sabido conciliar su medro con la probidad y la justicia. Había sido administrador del marqués de Villafría, durante veinte años lo menos, y se había compuesto de manera que todos los bienes del marquesado habían ido poco a poco pasando de las manos de su señoría a sus manos más ágiles y guardosas.

El padre Aliaga comprendió que el cocinero mayor estaba bastante asustado para que fuese necesario asustarle más, y que seguir asustándole sería dar motivo á que no dijese una palabra con concierto. Vamos, vamos; no os he hecho venir... Perdone vuestra señoría; me han traído preso. Pues bien, no os he mandado prender para manteneros preso, sino para que viniérais. No pretendo haceros mal alguno.

Mirad esta orden de su señoría ilustrísima el inquisidor general. ¡Ah! ¡el inquisidor general! , por cierto. ¡Y no hay remedio! No, señor. ¿Y si yo os diera diez doblones? No puedo. ¿Y si os diera veinte? Ya veis que yo los tomaría de buena gana, y que si no los tomo es porque no puedo. Decid que no me habéis encontrado. Eso sería muy bueno para que no me estuvieran viendo hablar con vos.

Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar. Es imposible verlo hoy dije a mi compañero, su señoría está en efecto ocupadísimo.

Su señoría era un ideólogo de inmenso talento, pero siempre fuera de la realidad; quería gobernar los pueblos con arreglo a las teorías adquiridas en los libros, sin atenerse a la práctica, al carácter propio e indestructible que tiene cada nación.