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PELAYO. , señor, llegué muy bueno. Sepa Vuesa Señoría... REY. ¿Qué os dije? PELAYO. Póngome el freno. ¿Viene bueno su merced? REY. Gracias a Dios, bueno vengo. PELAYO. A fe que he de presentalle, Si salimos con el pleito, Un puerco de su tamaño. SANCHO. ¡Calla, bestia! PELAYO. Pues ¿qué? ¿Un puerco Como yo, que soy chiquito? REY. Llamad esa gente presto. Sale BRITO, FILENO, JUANA y LEONOR.

Los hombres de la calle, como un torrente que se desata, como una inmensa y terrible avenida... El presidente: La Mesa no puede permitir que el Sr. Gutiérrez siga hablando de ese modo. «Señor presidente, creo estar en mi perfecto derecho al hablar de la avenida que se precipita... El presidente: Su señoría no puede hablar de la avenida... Una voz: Fuera el presidente.

Pérez: Entendía que era una taza lo que había hallado su señoría; pero este cambio corrobora aún mejor la doctrina que estoy exponiendo. El orador da fin a su discurso con una historia tan concienzuda como brillante del derecho de propiedad. Por indisposición del Sr. López, que era el encargado de contestar al discurso del Sr. Pérez, se levanta a hablar el Sr. González.

Que á los de señoria y excelencia Nuevos abrazos dió, razones dixo, En que guardó decoro y preeminencia. Entre ellos abrazó á DON JUAN DE ARGUIJO, Que no en qué, ó como, ó quando hizo Tan aspero viage y tan prolijo. Con él á su deseo satisfizo Apolo y confirmó su pensamiento, Mandó, vedó, quitó, hizo y deshizo.

Además de esto, el año de 82, por disposición real, publicó edictos el Ilustrísimo Señor Obispo de Buenos Aires, llamando a los clérigos que quisieran oponerse a los curatos de los diez y siete pueblos de indios de este obispado, y llama Su Señoría Ilustrísima para cada pueblo a dos individuos para curas, expresando que el sínodo de cada uno son 200 pesos; y añade Su Señoría Ilustrísima que para el pueblo de Yapeyú sólo llaman a uno por estar ya provisto otro clérigo en él.

A lo que respondió Sancho: -De que sea mi bondad, señoría mía, tan larga y grande como la barba de vuestro escudero, a me hace muy poco al caso; barbada y con bigotes tenga yo mi alma cuando desta vida vaya, que es lo que importa, que de las barbas de acá poco o nada me curo; pero, sin esas socaliñas ni plegarias, yo rogaré a mi amo, que que me quiere bien, y más agora que me ha menester para cierto negocio, que favorezca y ayude a vuesa merced en todo lo que pudiere.

Unos del esquadron priesa se daban, Porque no los hallase el dios del dia En los forzosos actos en que estaban. Y luego se asomó su señoria, Con una cara de tudesco roja, Por los balcones de la aurora fria. En parte gorda, en parte flaca y floja, Como quien teme el esperado trance, Donde verse vencido se le antoja.

Si vuestra señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo, aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo. -Mirad, amigo Sancho -respondió el duque-: yo no puedo dar parte del cielo a nadie, aunque no sea mayor que una uña, que a solo Dios están reservadas esas mercedes y gracias.

JOAQUÍN. No he tenido el gusto de ver a su señoría. ISIDORA. ¡Cuánto he andado, cuánto he corrido hoy!... He vuelto a casa de Emilia para ver a Riquín. JOAQUÍN. Has hecho bien en dejarle allí. En ninguna parte estará mejor. Dios de mi vida, ¡qué angustia! Déjame, que yo iré arreglando las cosas. Por de pronto es preciso que salgas de aquí.

Despidióse de Su Señoría y empezó a seguir la costa de Jamaica hasta el extremo oriental, o sea el más próximo a Santo Domingo, realizando una navegación de treinta y cinco leguas. En el camino le hicieron prisionero ciertos indios salteadores del mar, y se libró de ellos milagrosamente.