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Arrebatado por su verbosidad seguía soltando cuanto había almacenado aquellos días en su pensamiento. «En vano se cansaba su señoría: España era profundamente religiosa, su historia era la del catolicismo: se había salvado en todos sus conflictos abrazada a la cruz». Y abarcaba todas las grandes luchas nacionales; desde las batallas en que la piedad popular veía a Santiago en su caballo blanco, cortando las cabezas de la morisma con alfanje de oro, hasta el levantamiento de los pueblos contra Napoleón, tras el pendón de la parroquia y con el escapulario al pecho.

Créeme, buen carcelero, pronto habrá paz en esta morada; y te prometo que la Sra. Prynne se mostrará en adelante más dócil á la autoridad y más tratable que hasta ahora. Si Su Señoría puede realizar eso, contestó el carcelero, os tendré por un hombre indudablemente hábil.

-Ven acá, bestia y mujer de Barrabás -replicó Sancho-: ¿por qué quieres ahora, sin qué ni para qué, estorbarme que no case a mi hija con quien me nietos que se llamen señoría? Mira, Teresa: siempre he oído decir a mis mayores que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, que no se debe quejar si se le pasa.

No mas: hola, tiento; que ya se iba a arrojar la malicia a su centro; que no hay ocasion, por segura que parezca para el mas, que no sea peligrosa; y no quiero mas pleitos por princesas. Convida a nuestra señoría a comer mañana: en su nombre se lo escribo

Pero mi mujer está triste, señora maga, porque se ve tan mal vestida, y quiere que su señoría me poder para tenerla con traje de señora. El camarón se echó a reír, y estuvo riendo un rato, y luego dijo a Loppi: «Vuélvete a casa, leñador, que tu mujer tendrá lo que desea

¿Sería posible -dijo Sancho-, maestresala, que agora que no está aquí el doctor Pedro Recio, que comiese yo alguna cosa de peso y de sustancia, aunque fuese un pedazo de pan y una cebolla? -Esta noche, a la cena, se satisfará la falta de la comida, y quedará Vuestra Señoría satisfecho y pagado -dijo el maestresala. -Dios lo haga -respondió Sancho.

«Los soldados de Santa Cruz le quitaron por reliquias las uñas, el rosario que llevaba y la cruz que un portugués que se halló en la función presentó al Sr. Marqués de Tojo, insigne bienhechor de aquellas Misiones, y su señoría la apreció mucho como reliquia de un apóstol, que así le llamaba el marqués.

Llevaba hablando un cuarto de hora sin contestar a nada del anterior discurso, llenando de flores al ilustre personaje. «Su señoría era respetable por esto o aquello, había hecho lo otro y lo de más allá... pero», y al llegar por fin al pero comenzó a soltar algo de lo que traía preparado.

Cualquier cosa que os suceda, la remediaré yo, y si no puedo remediarla, procuraré satisfaceros lo mejor posible. ¡Ah! ¡señor! ¡Dios se lo pague á vuestra señoría! ¿Para cuándo ha citado doña Ana de Acuña al duque de Lerma? Al duque de Lerma, no dijo en una suave advertencia el cocinero.

La segunda vez que los llamó, le dijo un caballero sardo, que se decía D. Guillén Barbarán, que iba á su lado: «Aquí imos Corrales y yo con vuestra señoría.» D. Alvaro le respondió, medio enojado, que le dejase y volviese á los soldados que eran fuera, para ir de vanguardia, questaban de rodillas arrimados al caballero de San Juan, y mandólos arremeter, que ya eran descubiertos de los enemigos, y así comenzaron luego á caminar adelante.