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Si él no la arregla, no hay que esperar salvación para nosotros.... Pues si acierto a salvarla como he acertado en el negocio de Riosa, aviados quedan los españoles profirió estoposamente el duque con acento de mal humor. ¿Pero ha salido tan malo el negocio? ¡F....! para el Gobierno, no; pero para , que he tomado a la par las acciones, me parece que no ha sido bueno.

Doña Blanca considera que su hija tiene hoy una verdadera vocación; que Dios la llama á ser su esposa; que Dios la quiere apartar de los peligros del mundo; que Dios quiere salvarla, y que ella no puede, sin gravísima culpa, retraer ahora á su hija de tan santos propósitos.

Temblaba su voz, y por sus mejillas enjutas de vieja caían las lágrimas. Tía, usted es muy buena dijo Gabriel , pero debía preocuparse más de esa infeliz. Había que recogerla, que salvarla; traerla aquí.... Hay que ser misericordioso con las debilidades ajenas, y más aún cuando la víctima es carne nuestra. ¡Ay, hijo! ¿A quién se lo dices? Mil veces he pensado en esto, pero me da miedo tu hermano.

Sin su consentimiento, y casi a pesar suyo, su joven hermana le prestaba los más asiduos cuidados sin que la Condesa sospechase la causa, queriendo aquélla al menos, si no podía salvarla, ocultarle hasta el último momento el golpe fatal que la amenazaba; porque los médicos de Granada, que pretendían no engañarse, habían anunciado que la Condesa no sobreviviría al otoño, y corría a la sazón el mes de septiembre.

Pero estaba Raquel decidida a saberlo todo y calculaba el momento más propicio para interrogar a su hermana. Había notado que todo lo hacía como en una especie de alucinación, y comprendía que marchaba al casamiento con la muerte en el alma. Era preciso disuadirla a toda costa, salvarla. Esquivando al señor Molina, entraron ambas en el dormitorio de Adriana.

Aunque no hubiese sido más que su nodriza, nuestro deber sería asegurarla contra la miseria. No nos neguemos a una gestión inocente y prudente que puede salvarla de la desesperación y del crimen.

El pulso era normal; circulaba la sangre con regularidad perfecta; la arteria no denunciaba la más leve agitación y los hermosos ojos de Magdalena no brillaban ya con el fulgor de la fiebre, sino con el resplandor de la felicidad. Volviose Avrigny hacia Amaury, y estrechándole en sus brazos le deslizó al oído estas palabras: ¡Si pudieras salvarla!...

Aunque evidentemente conmovida Beatriz ante esta insinuación inesperada, la acogió sin protestas y hasta sin objeciones. Quizás en el fondo de su alma turbada, empezaba a desconfiar de su propia constancia deseando así que una mano potente viniese a salvarla de esa lucha que cada día más presentábase a ella como más dolorosa, como más imposible.

Ya lo había yo previsto, y por eso tenía tanto empeño en que partieras cuanto antes. ¡Padre mío! ¡Sálvela usted! gritó Amaury. ¡Sálvela, aunque yo no la vuelva a ver más! No es necesario que me lo ruegues para salvarla si puedo repuso el doctor; pero, en esta ocasión, no debes dirigirme a ese ruego, sino a Dios, que es el único que puede hacer el milagro.

Perderá la corteza de las viles pasiones que el mundo le ha enseñado. Estoy tan interesada en su salvación, que quiero unirme á ella para toda la vida y salvarla conmigo. ¡Os aseguro que así será! Amadla vosotras, que Dios manda amar á los pecadores, sobre todo cuando están arrepentidos. ¿No es verdad que estás arrepentida, hermana? No se oyó ninguna respuesta.