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Esta aparece allí dormida, y pronunciando en sueños palabras, que atestiguan la pureza de su alma; pero su inocencia no puede salvarla, debiendo sucumbir, como víctima propiciatoria de la deshonra, que, por ella, ha sufrido su esposo.

En el momento presente de nuestra historia prevalecía en doña Inés el empeño de empujar a Juanita hacía el monjío. Preveía para ella peligros inminentes y ansiaba salvarla, aun a costa de privarse de su agradable presencia y de su dulce trato. Se comprenderá qué clase de peligros temía la señora de Roldan si echamos una ligera ojeada retrospectiva y ponemos al lector en antecedentes.

La viuda sentíase molestada por tales audacias; agitábase nerviosa en su asiento, pero callaba y seguía sonriendo. Pensaba en que la situación imponía disimulo, y que la amistad del matrimonio Cuadros le era muy necesaria para salvarla en sus apuros de señora en decadencia, acosada por las deudas.

En un día en que salieron de caza con D. Fruela, el caballo de Elvira corrió desbocado y fue a perderse en la espesura de un bosque. Plácido la siguió para salvarla, y acertó a llegar cuando el caballo que ella montaba tropezó y cayó, derribándola por el suelo. Elvira, por fortuna, no se hizo el menor daño. Plácido se apeó con ligereza, acudió en su auxilio y la levantó en sus brazos.

Había estado hasta la notificación de la muerte como arrepentida, mas luego se le revistió o se le descubrió el Demonio que abrigaba en el corazón, sin que pudiese valer algo lo mucho que hicieron con ella para reducirla cuantos probaron la mano ni la continua asistencia del Doctor Onofre Morrellas, Rector de la Parroquia de San Nicolás, Párroco suyo; del Reverendo Padre Fray Salvador Fornari, Lector que fue de Teología de la Orden de Santo Domingo y del Padre Pedro Bolós, de la Compañía de JESUS, cuyo celo y piedad no perdió ocasión ni omitió medio que pudiese conducir para salvarla.

¡No! ¡No quiero! ¡No quiero! ¡Déjeme usted! Aquel hombre se puso entonces duro y amenazador. ¡Oh! ¡Basta ya! Soy muy tonto en tomarme el trabajo de convencer á usted. Quiero salvarla y se empeña usted en perderse. ¡Allá usted! ¿Qué me importa á mi todo esto? Soy su último amigo, el más seguro, el más adicto, y Dios sabe en qué responsabilidades incurro... ¿Usted me rechaza? ¡Adiós!

Los más indulgentes le acreditaban sus tentativas de salvar a la asesino; pero los más severos, por el contrario, le acusaban aún de eso: al correr el riesgo de ser condenado con ella intentando salvarla,¿ no confirmaba él mismo, de la manera más evidente, que ambos eran pasibles de idéntica pena?

Esas gentes han puesto su confianza en usted y le han pedido que buscase una mujer lo suficientemente enferma para que no hubiese esperanza alguna de salvarla. Si por una casualidad viviese, si un día llegase a colocarse entre los dos para reclamar sus derechos y expulsar a la amante, el señor de Villanera podría echar en cara a usted que le había engañado.

El suboficial que mandaba la escolta habló en alemán con el comandante, y mientras tanto la mujer se dirigió á Desnoyers. Mostraba una repentina serenidad al reconocer al dueño del castillo, como si éste pudiese salvarla. Aquel mocetón era hijo suyo. Estaban refugiados desde el día anterior en la cueva de su casa incendiada.

mismo, que acabas de afirmar que el egoísmo es la esencia del mundo, no hace mucho tiempo que viendo salir de un portal a una pobre mujer con los vestidos ardiendo, envuelta por las llamas, te quitaste el abrigo, te arrojaste sobre ella, la envolviste y, quemándote las manos, con peligro de tu vida, lograste salvarla de una muerte horrorosa... Lo que hay es que el amor no levanta tanto estrépito como el egoísmo.