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Actualizado: 2 de junio de 2025


Bajo esta impresión le dijo, pasados breves instantes de silencio: Pues volviendo a la pregunta con que me hizo el honor de saludarme, ha de saber usted que me sorprendió, tanto más, cuanto que estuvo a dos dedos de mi pensamiento. Naturalmente. Diplomático y periodista, ¡figúrese usted qué se me ocultará a ! No es esto decir que mañana precisamente... Es lo mismo, señor don Simón.

Cuando por sus negocios pasaba cerca de mi tienda, entraba a saludarme. Tenía un modo suyo de anunciarse: un garrotazo sobre el mostrador. «¿Quién está aquí?» Y al salir yo del escritorio, la misma pregunta: «¿Cómo estás, maño? ¿Cómo tienes a la maña y tus cachorricos?...» La última vez que le vi, fue antes de retirarme yo a París.

Me había dicho Timoteo que no había usted venido en dos días, y temía que estuviese indispuesta; pero la he visto esta tarde en las Góngoras a las cuarenta horas y me tranquilicé. ¡Ah! ¿Estuvo usted en las Góngoras? ¿Y por qué no se llegó a saludarme, pícaro? Salía con el padre Iturralde cuando usted entraba, y no podía detenerme porque íbamos de prisa a la conferencia de San Vicente.

Algunas veces, al encontrar en la calle a obreros despedidos de sus bodegas, indignábase porque no le saludaban. «¡! decía imperiosamente; aunque no estés en mi casa, tu deber es saludarme siempre, porque fui tu amo».

Antes de salir de casa entró en ella el médico, que iba a saludarme aprovechando la oportunidad de la visita casi diaria que hacía a mi tío, particularmente desde su última y grave enfermedad.

Después de las primeras semanas de romper con Elena, una noche no pude evitar asistir a un baile. Hallábame hacía largo rato sentado y aburrido en exceso, cuando Julio Zapiola, viéndome allí, vino a saludarme. Es un hombre joven, dotado de rara elegancia y virilidad de carácter. Lo había estimado muchos años atrás, y entonces volvía de Europa, después de larga ausencia.

»Amigo mío, durante dos días he vivido tan lejos de la sociedad, cual si me hubiera transportado a otro planeta; he podido apreciar la rara hermosura de un día de sol, la pureza del ambiente, la profunda melancolía de la noche, mar donde el pensamiento navega a su antojo sin llegar jamás a ninguna orilla; he experimentado la indecible satisfacción de que centenares de hombres con casaca, entorchados y sombreros de distintas formas, pero todos más feos que los que en Egipto ponen al buey Apis, pasen junto a sin saludarme; he conocido el purísimo deleite de ver pasar los minutos, las horas, los días, cual cortejo de dulces sombras que llevan en sus suaves manos la vida, a la manera de aquellas deidades hermosísimas que pintaron los antiguos, transportando en sus brazos las almas de los justos al cielo; he saboreado las delicias de no ir a ninguna parte deliberadamente, de sentir mis hombros libres de toda obligación, de no sentir en mi pensamiento ese hierro candente cuya quemadura significamos en el lenguaje con la palabra <i>después</i>, y que encierra un mundo de deberes, de ocupaciones, de molestias sin fin.

Brackett, el viejo carcelero, que se sonríe conmigo y me saluda. ¿Por qué lo hace, madre? Se acuerda cuando eras muy chiquita, hija mía, respondió Ester. Ese viejo horrible, negro y feo, no debe sonreirme ni saludarme, dijo Perla. Que lo haga contigo, si quiere, porque estás vestida de color obscuro y llevas la letra escarlata.

Salió, pues, confiado del corredor, pero al pasar por el vestíbulo salía el anciano poeta del guardarropa donde acababa de ponerse el abrigo. Se encontraron de frente. Tristán tuvo un instante de vacilación. Al cabo bajó los ojos y trató de ganar la puerta sin saludar. Rojas no le dejó: Buenas noches, Aldama. ¿Por qué no quiere usted saludarme? ¿Teme usted los reproches de su víctima?

Si es verdad que estoy loco, mi locura empezó el día que almorcé con ella. El no verla me tenía de muy mal humor. La esperaba. Sin embargo, Amparo no venía. Pasó el tiempo, y llegó el último día del mes. Yo esperaba que la señora Adela sería puntual, y no me engañé. Se me presentó más pobremente vestida que lo que yo esperaba, y sin saludarme ni sentarse me dijo: Vengo a...

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