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Actualizado: 12 de noviembre de 2025
Pero por más que aguardaba, el otro en lo menos que pensaba era en acudir a la cita. Así pasó la noche, y al clarear el alba, convencido de que su contrario no vendría, iba a retirarse cuando oyó ruido en la enramada y mandó que saliese al frente, quienquiera que fuese. Era el soldado y obedeció. «¿Qué haces ahí?», preguntó el rey.
Después, volviéndose bruscamente: ¿Cómo habéis podido creer eso? volvió a decir . ¿Cómo es que habéis podido pensar que saliese ilesa de esos cenagales donde el miserable de mi marido me ha lanzado? Juana no contestaba, ahogada por los sollozos. ¿Sufres, hija mía? Mucho. Vamos, ven, entonces, a respirar el aire libre, ven. Y tomándola de la mano, la levantó con alguna violencia y la llevó fuera.
De aquí que saliese del retraimiento en que por la pena de la reciente muerte de Arturito se encontraba y apareciese en su palco, en el teatro, la primera noche en que la Stolz cantó en la Semíramis. Don Joaquín fue también, aunque estaba tan apesadumbrado como si hubiese perdido un hijo.
Además, no he perdido el tiempo; como he estado esperando en la antecámara del rey á que saliese el duque de Lerma, á quien esperaba también el secretario Santos para recoger la provisión firmada por el rey, he visto algo bueno. El padre Aliaga no preguntó qué era lo bueno que había visto, á pesar de que Alonso del Camino se detuvo esperando esta pregunta.
Luego te contaré cómo ha sido esto... Creo que no les quedarán ganas de repetir. Quedó pensativo un instante. De todos modos, conviene que nos vayamos pronto de este puerto... Ve á ver á nuestra gente. ¡Que ninguno hable!... Llama á Caragòl. Antes de que saliese Tòni, surgió de la obscuridad la cara esplendorosa del cocinero.
Para Caragòl no ofrecía dudas la suerte de todo submarino que les saliese al encuentro: el «chico de Vannes» iba á hacerlo añicos al primer disparo. Una tarjeta postal, obsequio del bretón, representando la tumba del santo, figuraba en el sitio de honor de la cocina. El viejo le rezaba como si fuese una estampa milagrosa, y el Cristo del Grao iba quedando en segundo término.
No había religión, orden ni autoridad, y... ¡claro! era imposible que una persona decente saliese a la calle sin que la pillería le diera que sentir. En época pasada, aunque no remota, el Mercado de Valencia tenía una leyenda, que corría como válida en todos sus establecimientos, donde jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella.
Entrad, señora dijo el carcelero llegando á la puerta. Entró una mujer completamente envuelta en un manto, y mandó con un ademán enérgico al carcelero que saliese. La puerta se cerró. Entonces la mujer se echó atrás el manto, adelantó hacia don Juan, le asió de las manos y le miró exhalando toda su alma, y su alma enamorada por sus ojos. ¡Ah! ¡Dorotea! exclamó con una sorpresa dolorosa don Juan.
Con esto dió la vuelta con sus compañeros y hubiera querido el neófito detenerlos para ver más de cerca las cosas tan grandes que había oído decir de Dios y de su gloria, y ver aquel inefable prodigio de cómo las almas son bienaventuradas, no menos porque se ven en Dios que porque ven á Dios en sí mismo; pero aquel príncipe le hizo entender que ninguno que está feo con la culpa podía mirarse como en un espejo en Dios, ni hacer de sí mismo espejo en que se mire Dios; antes que saliese de allí y volviese acá para borrar con la penitencia y confesión aquellas culpas.
Se levantó quebrantada, como si saliese de un delirio. Aquel día era domingo y no iba á la fábrica. Entraba el sol por el ventanillo de su estudi y toda la gente de la barraca estaba ya fuera de la cama. Roseta comenzó á arreglarse para ir con su madre á misa. El endiablado ensueño aún la tenía trastornada.
Palabra del Dia
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