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Un escritor sagaz rastreaba ha poco en las páginas de la novela de nuestro siglo esa inmensa superficie especular donde se refleja toda entera la imagen de la vida en los últimos vertiginosos cien años la psicología, los estados de alma de la juventud, tales como ellos han sido en las generaciones que van desde los días de René hasta los que han visto pasar a Des Esseintes.

Ve su forzoso término en el imperio de un individualismo mediocre. «Quien dice democracia agrega el sagaz autor de Andrés Cornelis , dice desenvolvimiento progresivo de las tendencias individuales y disminución de la cultura». Hay en la cuestión que plantean estos juicios severos un interés vivísimo para los que amamos al mismo tiempo por convencimiento, la obra de la Revolución, que en nuestra América se enlaza además con las glorias de su Génesis; y por instinto, la posibilidad de una noble y selecta vida espiritual que en ningún caso haya de ver sacrificada su serenidad augusta a los caprichos de la multitud.

Sólo el Príncipe tártaro, que era diabólicamente sagaz, recelaba, aunque de una manera muy vaga, que la Princesa había recibido alguna noticia del pájaro verde. Tenía, además, el Príncipe tártaro el misterioso presentimiento de una gran desgracia, y había adivinado por el arte mágica, que su padre le enseñara, que en el pájaro verde debía mirar un enemigo.

El alemán, que era sagaz y hombre de mundo, comprendió pronto cuál era el papel del hacendista en casa de su sobrina: vio claramente que allí había dinero, y que este dinero se iba por la posta, y que la dirección de la corriente de aquel río de plata era, o él no entendía de corrientes, camino del bolsillo de Nepomuceno, aunque con grandes pérdidas y derivaciones, en una delta de despilfarros, que iban a enriquecer el caudal de modistas, comerciantes de telas, sombreros, joyas, sin contar con las tiendas de ultramarinos, confiterías, mercados de caza y pesca, etc., etc.

Su donaire burdo y soez hería a veces en lo vivo de las ridiculeces humanas: tenía un temperamento observador cargado de malicia: bajo su exterior calmoso y frío se adivinaba un espíritu sagaz y travieso que había carecido de medios para desenvolverse. A Andrés no le era nada simpático; pero tenía sus razones para sufrirle y aun para bailarle el agua.

Verdad es que el siglo tapicero necesita de dos elementos para brillar: del judío cambalachista e importador, del brocateur, como le llaman los franceses, y del burgués fatuo que compra y colecciona y que se da por fino y sagaz conocedor de lo viejo, de ese inestimable vieux, que todos se disputan, aun a riesgo de que resulte apócrifo.

Naturalmente, entre el bobalicón de Pablo Aquiles y ella se estableció, desde el primer día, una corriente de simpatía, que favorecieron Casilda y Gregoria, y más que todos Bernardino, como hombre sagaz que busca afianzar su prestigio.

En este entretanto, le hice algunos servicios en la caza, donde me mostré sagaz y experimentado, y gran sufridor de trabajos; porque en ningún ejercicio corresponde así al de la guerra como el de la caza, a quien es anejo el cansancio, la sed y la hambre, y aun a veces la muerte.

Ponte, Leonela, a esa ventana y llámale, que, sin duda alguna, él debe de estar en la calle, esperando poner en efeto su mala intención. Pero primero se pondrá la cruel cuanto honrada mía. »¡Ay, señora mía! -respondió la sagaz y advertida Leonela-, y ¿qué es lo que quieres hacer con esta daga? ¿Quieres por ventura quitarte la vida o quitársela a Lotario?

Sagaz como ningún vetustense, clérigo o seglar, había sabido ir poco a poco atrayendo a su confesonario a los principales creyentes de la piadosa ciudad. Las damas de ciertas pretensiones habían llegado a considerar en el Magistral el único confesor de buen tono. Pero él escogía hijos e hijas de confesión. Tenía habilidad singular para desechar a los importunos sin desairarlos.