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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Un curioso entra en el archivo, echa una ojeada sobre los estantes, armarios y cajones, y dice: «esto es una confusion; para distinguir lo auténtico de lo apócrifo, y arreglarlo todo en buen órden, es necesario pegar fuego al archivo por sus cuatro ángulos, y luego examinar la ceniza.» ¿Qué os parece de la ocurrencia?

No se puede negar que Antoñona estuvo discretísima en esta ocasión, y hasta su lenguaje fue tan digno y urbano, que no faltaría quien le calificase de apócrifo, si no se supiese con la mayor evidencia todo esto que aquí se refiere, y si no constasen además los prodigios de que es capaz el ingénito despejo de una mujer, cuando le sirve de estímulo un interés o una pasión grande.

En el centro iba D. Carlos con su Estado Mayor de clérigos y generales, y a la cola algunos carros con vituallas y coches con damas y palaciegos de la corte que empezaba a formarse. El reino apócrifo no se habría creído con visos de verdadero, si no tuviera su cola de rabillos de lagartija.

Aun distinguido lo auténtico de lo apócrifo, seria bueno guardarse de quemar nada; porque á veces lo apócrifo guia para la interpretacion de lo auténtico, y puede convenir el estudiar quiénes fueron los falsarios y por qué motivos falsificaron. Además, ¿quién sabe si se juzga apócrifo un documento, que solo lo parece porque no se le entiende bien?

Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores.

Llamábale todo este mundo el tío Frasquito, porque el buen tono así lo había decretado, y él aceptaba complacido el parentesco de todos aquellos cuya sangre azul empalmaba realmente, siglo antes o siglo después, con la suya preclarísima; a los demás, sin rechazar tampoco lo apócrifo del parentesco, colocábalos con cierta protectora condescendencia en la categoría de sobrinos espurios.

Había terminado la comedia y el rostro pálido de Tarlein nos llamó a la realidad; por más que en definitiva la farsa proyectada iba a convertirse para nosotros en única realidad. ¿Ha muerto el Rey? preguntó. ¡Dios no lo quiera! contesté. ¡Pero se halla en poder de Miguel el Negro! La vida de un Rey tiene sin duda sus exigencias, pero la de un Rey apócrifo las tiene decididamente mucho mayores.

Con mucho ménos trabajo saliéramos airosos del empeño si hubiésemos leido los autores de que se trata: quizas no disertaríamos con tanto aparato de erudicion y crítica; pero juzgaríamos con harto mas acierto. «El giro del pensamiento, diríamos, el estilo, el lenguaje revelan un escritor de tal época; este trozo es apócrifo, aquí se descubre la mano de tal otro tiempo;» y así andaríamos clasificando sin temor de equivocarnos, por mas que no pudiésemos hacernos comprender bien de aquellos que como nosotros, no conociesen de vista á aquellos personajes.

Como se ve, la casa del suegro de mi tío pagaba su tributo a la moda; un galgo aristocrático de raza, habría encontrado mucha incongruencia allí; mucho apócrifo, mucha fruslería; pero el hecho era que Montifiori también entendía de japonismo, de gobelinos, de tapicerías flamencas, de vidrios de Venecia, de lozas y bronces viejos, de lacas y de telas de Persia y Smirna.

Guárdese pues todo, con la debida separacion; que si lo apócrifo no sirve para fundar derechos ni defenderlos, puede servir para la historia del mismo archivo, lo que no es de poca importancia para distinguir lo apócrifo de lo auténtico.

Palabra del Dia

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